domingo, 30 de enero de 2011

El espacio condicionado


“UBI  DUBIUM  IBI  LIBERTAS”  (Donde hay duda, hay libertad)
Proverbio latino

<<Cuando desperté estaba envuelto entre cadenas, solo mi cuello y mi cabeza asomaban. Junto a mi había dos agentes de la raza oblión—apenas quedaban unos doscientos en el planeta Uvert—, mirándome cada uno con sus ocho ojillos de asqueroso celeste blanquecino. Recuerdo que entonces me arrastraron por la arena roja de aquel misterioso lugar. Y era ese quizá el último día de mi vida, pensé. Desde luego: las torres de cristal a mi derecha, el cielo violeta y las nubes de gas verde chillón de que había oído hablar en mi infancia, los templos de titanio de la desaparecida raza erientec a mi derecha, y, a unos doscientos metros delante de mí, un inmenso cubo metálico que flotaba y tenía su superficie entera cubierta por una compleja red de circuitos. Debajo del cubo flotante, a unos treinta metros aproximadamente, había una enorme plataforma de un brillante metal cetrino. Tendría aquella plataforma cuadrada, al igual que el cubo, unos lados de aproximadamente trescientos metros, y, de su perímetro, brotaba una extraña malla holográfica ¿Era ese el sitio del que tanto había oído hablar? ¿Era aquella puerta de condena eterna a la que supuestamente me habían condenado? Sí: ¡Estaba ante el gran portal Kuxtenmir de los universos subjetivos! Si pudiera expresar con palabras la angustia que sentía en aquel momento: pensar que quizá vagaría eternamente por mi propia interioridad, ¡por una interioridad que estaba destinado a olvidar! O peor aún: pensar, como venía haciéndolo, que al ser arrojado al portal simplemente moriría…>>
(“Autobiografía de un escéptico” Ismael Zealot Nekendir)

Ciudad de Gablín
Reino de Veimokslata
Planeta Uvert
año 3450:
Llevaba años carcomiendo la imagen de la monarquía veimokslatiana con sus gusanos teóricos que se arrastraban por el subsuelo del ciberespacio. Hasta ahora nadie había dado con el autor de tantos textos heterodoxos: Lo buscaba el Servicio Secreto, la Policía estaba “con el ojo pelado” y nada, no lograban dar con él. A lo mejor lo ayudaba un tanto su enorme conocimiento de la informática, sus numerosas lecturas sobre Criminalística y otros saberes por el estilo y, desde luego, su prudencia, su astucia y una suspicacia que a veces lindaba con la paranoia. La monarquía, que desconocía si el detractor era nacional o extranjero, ya tenía lista su resolución: si era extranjero lo asesinarían, si era nacional, pues…recibiría algo mucho peor que la muerte.
Pero él se escabullía, de mil y un maneras. Era sagaz, se anticipaba a las posibles inferencias de sus enemigos y lograba manipular sus mentes como el Scharlach de Borges hacía con Lönnrot.
Había logrado crear una solida sistematización para destruir, pilar por pilar, a aquella doctrina con la cual la monarquía justificaba su

existencia. Inclusive bajo la influencia de sus teorías ―blandidas en manos de un círculo de autores extranjeros a los que secretamente Ismael había transmitido sus planteamientos― se habían creado dentro de Veimokslata, asociaciones secretas que cada vez se volvían más numerosas y desestabilizadoras.

En su familia y en su círculo de amistades nadie sabía que él tenía un pensamiento contrario al sistema. Evitaba exponer sus opiniones ideológicas sin el escudo del anonimato y, cuando lo hacía, no dudaba en defender la ideología vigente.
Incluso se había conseguido, gracias a su habilidad para sociabilizar y a su envidiable carisma, alguno que otro amigo del Gobierno. Esteban Yuex, Jacobo Ipt y Melchor Tassadar estaban entre sus más allegados. Pero ninguno como Jorge Landbarq, un ex agente del Servicio Secreto.
Landbarq, que tenía enorme confianza en Ismael, le contó uno que otro secreto de su vida como ex agente. Eso sí, siempre le hacía jurar y re jurar silencio. Fue así que un día, de entre tanta cosa negra que Landbarq le había contado sobre los métodos de represión y castigo de la monarquía, le soltó una de esas revelaciones gordas:
—Oye, Isma, te contaré un gran secreto; pero si hablas,  te juro que te jodes
—Sí, hombre, esta vez la cosa es realmente importante así que necesito tu silencio      más que nunca. Pueden incluso mandarme a matar si se enteran de que yo te conté.
—Bueno, pasa que el rumor a cerca del Área 15 es real. Ahí tienen un tele transportador que conduce al gran portal de Kustenmir. Es increíble, imagínate una especie de cubo inmenso que flota sobre una plataforma en  medio de un desierto de arena roja.
—Ya sé que nadie duda de que el portal existe y que eso del tele transportador no es gran cosa
—A eso iba, pero tenía que empezar por lo del tele-transportador. A ver, mira. Yo no sé si sea verdad eso de la dimensión matricial y los universos subjetivos que se derivan de ella. Lo que sí te puedo decir es que yo vi la condena de tres tipos y todos desaparecieron súbitamente. 
—Exacto, así de la nada. Yo los vi, hombre. Los vi desaparecer de la nada, como si su materia se hubiera ido a otra parte, igualito que en un tele-transportador.
—Claro que sí. Hemos tirado objetos y plantas y no es así, incluso con animales no ocurre lo que ocurre con humanos.
—En el caso de los humanos una columna de luz blanca surge del centro del pozo durante un par de segundos,  Lo mismo ha pasado con los presos extraterrestres que hemos lanzado. Parece que el efecto solo se genera cuando lo que cae es un ser con una mente lo suficientemente avanzada como para pensar y desarrollar una subjetividad.
—Exacto, eso hace pensar que la teoría es posible. Pero bueno, tú no tienes de que preocuparte: ese castigo está reservado únicamente para los que hacen tambalear al sistema; para esos malditos cerdos escépticos que no merecen la compasión de nadie.

Ese día la revelación pareció no afectarle mucho a Ismael. No obstante, con el paso de los días y la conjunción de aquella revelación con el temor de que lo descubran y lo condenen a lo que podría ser una eternidad encerrado en su propia mente, Ismael empezó a volverse cada vez más paranoico. Ya a veces ni podía dormir: pasaba la noche pensando de que formas podrían estar buscándolo, quienes podrían sospechar de él y otras cuestiones por el estilo.
Y sus temores se confirmaron. Fue así que un domingo, a eso de las once de la noche, oyó que alguien tocaba el timbre con insistencia.
Dos agentes del servicio secreto habían venido por él, según decían para hacerle un interrogatorio…
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Área 15
Desierto Kalamari
Reino de Veimokslata
Planeta Uvert
Primero de enero del año 3451:

<<Aquél día fue uno de los peores de mi vida: solo, en aquel cuarto tan temido de que me habían hablado los demás prisioneros. Los suplicios que experimenté desde aquel 16 de Agosto del 3450—día en que fui llevado a prisión— resultaron, a lado de las 24 horas que pasé en el llamado “Cuarto de los malditos”, horas dulces y serenas…¿Quién hubiera podido resistir? Aquellas voces de agonía que retumbaban en medio de la penumbra, las rejas de los costados detrás de las cuales rugían hambrientos los más inimaginables engendros de la experimentación genética, y los pedacitos de cadáver intencionalmente puestos en el suelo mohoso…Un infierno, sin duda alguna un infierno. ¿Y luego qué? ¿El consuelo de una posible muerte? ¿La certidumbre de que al día siguiente recibiría un castigo cuya naturaleza se negaban a rebelarme? Un castigo peor que la muerte, según me habían dicho. ¿Acaso el portal de Kuxtenmir al que desde tanto tiempo atrás venia temiendo?...Pamplinas, aquello de los universos subjetivos debe ser un mero cuento discretamente alimentado por el gobierno para infundir temor y obtener control. Eso al menos pensaba en aquel momento en el que estaba convencido de que si era arrojado al portal de Kuxtenmir, simplemente moriría>>
(“Autobiografía de un escéptico” Ismael Zealot Nekendir)


Los días sin horizonte:
Llevaba Ismael tres años desde que había sido arrojado al portal de Kuxtenmir. No comía, no bebía ni tenía un techo bajo el cual guarecerse de la intemperie. ¿Y aún así estaba vivo? ¿Era acaso un fantasma? No, pues los fantasmas no tienen sensaciones. ¿Era acaso sólo  un cuerpo?: no, pues de ser un cuerpo ya hubiera muerto. Era más bien como un ser que cree tener sensaciones corporales cuando en realidad no las tiene, que es capaz de caer de un barranco sin derramar otras gotas de sangre que las que dibuja su engañada percepción, que vive entre apariencias que concibe como existentes en sí mismas y fuera de él. Era ahora un ser que se movía en un universo de distintos mecanismos causales, en un universo en que experimentaba con la intensidad con que se experimenta durante el sueño pero con la verosimilitud con que se experimenta durante la vigilia.
            Había también olvidado quien era, que cosas había vivido, que personas había conocido y que ideas había defendido. Conservaba sin embargo el sentimiento de una identidad perdida, la sensación de haber sido alguien y de haber vivido en un mundo totalmente diferente del cual ahora nada recordaba. Guardaba así mismo  multitud de conocimientos que no tenía idea de dónde había sacado.
Conocía ciertos pasajes de un libro que se le presentaba bajo el nombre de La divina comedía; no le venía sin embargo el recuerdo de aquellas noches en que devoraba con avidez las páginas del Purgatorio o del noveno círculo del infierno. Sabía así mismo, entre muchas otras cosas, lo que era un nombre. No obstante, como es de suponer, no lograba recordar haberse llamado de modo alguno…
            Ismael, decidió un día autobautizarse. Le gustaba aquel nombre: no tenía idea de porque. Así pues, prosiguió esa penosa y pálida existencia bajo aquella etiqueta con la que de algún modo se sentía identificado.
            Se hayo sin embargo una noche meditando ante un rio sobre el significado de su vida y sobre tantas otras cosas relativas a su existencia. Cuestiones como el contraste que había entre cierto pasaje de un libro llamado Fisica1 en el que hablaba de la gravedad, y la presencia a su lado de unos cubos suspendidos en el aire. Era quizá que él debía de venir de un mundo en que había otros seres como él, así como esos que describían ciertas novelas de las que tenía en su mente algunas ideas. Pero y entonces: ¿cómo diablos él estaba donde estaba? ¿Y si nunca tuvo una existencia previa? ¿Y si todas esas ideas que tenía en su cabeza habían sido colocadas por una especie de genio maligno como aquel del que hablaba un tal Descartes que tenía en su mente? Pero si eso del genio maligno era cierto entonces ese genio maligno era tan descarado que había colocado en su mente la idea de un libro en el cual hablaba de sí mismo, como queriendo mofarse de él, hombre quizá único en su maligna creación. Aunque podría haber más hombres como él, pensaba Ismael. Así, estaría cada uno en su universo; más: ¿quién le decía que no estarían dos, tres o diez mil en un mismo universo distinto al suyo? Al fin y al cabo Ismael terminó comprendiendo que no podría jamás entender el mundo de los hechos; no obstante, desde aquel día, nació en él el sentimiento constante de que estaba viviendo en un mundo de ilusiones, algo como los sueños que tenían los hombres de las novelas que él guardaba en su cabeza…
            Fue entonces creciendo en él el sentimiento de que el espacio que le rodeaba guardaba un vínculo con su subjetividad. Tantas cosas extrañas que acontecían…
            Así una noche  ocurrió algo revelador. Pasó pues que se levantó a media noche: exaltado, turbado por haber visto un monstruo horrendo entre sus pesadillas. No pudo conciliar más el sueño aunque esto no le impidió deambular sin cesar. Y era esto  así ya que él dormía por necesidad meramente psicológica, siendo que sus sueños eran igual de vividos que su realidad y solo se distinguían por su desorden fáctico y en general por su carácter absurdo. Anduvo entonces durante unas tres horas aproximadamente, hasta que de pronto, por detrás de un templo extraño, apareció un monstruo: ¡el mismo con el que él había soñado!
            Que terror, que angustia, y sin embargo, al toparse sus ojos con los del monstruo, aquel parecía desconocerlo. ¿Lo desconocía?...
            Se acercó, poco a poco, con cautela. Y el monstruo no reaccionaba, él se seguía acercando y así confirmaba que en efecto el monstruo lo ignoraba. Pero un momento, ese monstruo era el primer ser vivo que él veía aparte de él. Lo topó: ¡y se desvaneció! No era pues su sueño una profecía sino que era aquel monstruo una especie de objetivación de lo que él había soñado. Pero y entonces: ¿cómo es qué no había ocurrido eso con sus sueños anteriores? La única solución lógica que tuvo fue la de que si aquello había ocurrido antes, bien podía ser que el punto del espacio en que aparezca la objetivación onírica esté regido por el azar y que, siendo inmenso o incluso infinito el espacio en que existía, la probabilidad de que el monstruo se tope con él era diminuta o nula. Claro, claro: si el espacio era infinito era teóricamente cero la probabilidad de haber hallado al monstruo, luego debía ser inmenso pero no infinito. En fin, algo por el estilo quizá…
            Luego de lo del monstruo Ismael empezó a pensar que su mundo obedecía a objetivaciones de los sueños que había tenido en su vida anterior (si es que la había tenido…) o simplemente a contenidos mentales propios de su vida anterior. Un día incluso está idea fue respaldada por el hecho de que encontró andando a Don Quijote de la Mancha. Intentó entonces acercársele pero el hidalgo permanecía quieto, absorto en sus pensamientos como si Ismael no estuviese frente a él, ignorándolo al igual que el monstruo. “Oh memoria, enemiga mortal de mi descanso”, fue todo lo que dijo antes de desvanecerse sin razón aparente.
Ya la cosa era segura para él: el mundo en que se movía guardaba una relación de naturaleza con su mente. Así pues, día a día iba creciendo en él el sentimiento de que todo lo que le rodeaba era una especie de ilusión insustancial. Y cuanto lo rodeaba, a medida que el pensamiento y el sentimiento de la duda se intensificaban y afirmaban, estaba siendo sometido a desapariciones cada vez más frecuentes. Primero fueron los bloques flotantes, luego el templo y así.
Por otra parte sus sensaciones, pálidas desde que el recordaba existir, eran aún cada vez menos intensas. De ese modo su realidad, incluyéndolo a él mismo, fue desvaneciéndose hasta que un día todo se tornó negro. Y esto figurativamente hablando pues en la nada cualitativa y abstracta en que existía (nada que era igual a sí mismo) no había lugar para el negro…
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La identidad reconquistada:
<<La duda, como les había dicho, se había incrementado hasta llevarme a la desesperación absoluta. Me sentía yo como quien soñando siente que está soñando y piensa que puede estar soñando. Supongo pues que alguna vez les ha de haber ocurrido: sentir aquella angustia, aquel peso asfixiante que brota de percibir que uno se encuentra en un espacio absolutamente ilusorio. En un espacio que de alguna manera refleja los fantasmas que uno lleva dentro y, que por su misma irrealidad, vuelve irreal todo ser vivo con el que pudiera uno encontrarse, condenándolo así a la más absoluta soledad. ¿Qué él Solipsismo metafísico es imposible? Se equivocan: yo lo viví. No obstante, dentro de aquel progresivo desvanecimiento de mi mundo circundante del que había hablado, llegué en cierto momento a plantearme hondas interrogantes. Dudé entonces de mí: ¿seré yo acaso otra ficción más entre tantas otras que me rodean? Fue esa la pregunta que me hice, luego de lo cual contemplé con horror como mi cuerpo empezaba a palidecer. Al parecer la duda sobre mí mismo me quitaba sustrato, me desvanecía como a cualquier otro ente que pudiera ser objeto de mi escepticismo. Empecé entonces a adquirir certeza sobre la irrealidad de mi esencia, ya no solo dudaba de las cosas…De ese modo todo se desintegró. Y entonces un día, epifánico y trascendental como ninguno, quedó sola mi conciencia en una suerte de vacío negro (por usar una metáfora): sin sensaciones, sin formas ni colores, sin sonidos, incluso sin pensamientos (pues hasta de la realidad de estos había dudado)…Estaba solo, desprendido de toda posible marca de individuación cualitativamente entendida. Un punto meramente ontológico y fenomenológico, conciencia pura desgarrada en la infinitud de ser sin ser nada particular. Un ojo cuya visión toda era su propio ser y la visión abstracta e indescriptible de su propio ver. Un ser que, en la relatividad de su existencia había llegado a ser todo en virtud del principio lógico de identidad (A=A). Sin límites, sin sentido de tiempo o espacio, libre de la externalidad en aquel universo.  No obstante un día me vi en medio de un pueblo y recordé, con infinito asombro, cada rincón de mi pasado. Comprendí entonces todo cuanto había vivido: comprendí que había significado aquella existencia en el universo subjetivo en que había estado, recordé quien había sido antes de estar en aquel universo subjetivo y entonces constaté, llorando de pena y alegría, que aquello del portal Kusxtenmir había sido verdad>>
(“Autobiografía de un escéptico” Ismael Zealot Nekendir)


Epílogo: reincorporándose a la vida
Ya en el primer día de recuperada su identidad Ismael constató que había aparecido en el futuro, y no solo en el futuro, ¡sino en un planeta colonizado por humanos y distinto a aquel Uvert en el que había nacido!
            Quién lo iba a decir: ¡dos mil años habían pasado! Pero habían acontecido tantos cambios. Uno de esos fue el convertidor lingüístico que le permitió traducir todo lo que tenía en su lengua a aquella lengua que hablaban los habitantes del planeta Torsiq en aquel tiempo. De ese modo pudo reincorporarse a la civilización  en poco tiempo.
            Un año después descubrió con gran asombro la respuesta a que había pasado con los otros condenados al portal Kuxtenmir, cuestión está que le inquietaba en tanto que pensaba que, pudiendo haber atravesado los otros el mismo proceso de escepticismo que él, bien podían haberse liberado también. Y en efecto, se habían liberado. Fue así que Ismael se enteró de que había una asociación formada por todos los ex condenados al portal Kuxtenmir que habían dudado. Estos pues habían aparecido, misteriosamente al igual que él, en las afueras de un pueblo llamado Yoblín. Solo habían diferencias en los puntos exactos, habiendo así un área de aparición cuya conexión con Kuxtenmir no se lograba entender hasta aquel entonces.
Así y con todo se decidió, seis meses después de haberse inscrito en la asociación de ex condenados sobrevivientes o “Alas de la duda”, a escribir su propia vida, centrándose eso sí en su experiencia como condenado al portal Kuxtenmir: “Autobiografía de un excéptico”, así la tituló.

FIN




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