sábado, 26 de marzo de 2011

La ficción dentro de la ficción en El Quijote





(Autora: Elsa Cortés)

Ficción dentro de ficción


Al evocar el tema de la ficción dentro de la ficción en la obra  Don Quijote de la Mancha, se nos abre un abanico de posibilidades. Sin embargo, para efectos de este texto, me  concentraré solo tres: primero, la presencia del Quijote apócrifo dentro de la novela; segundo, la presencia de una conciencia sobre un hecho literario  dentro de la novela; y, tercero, la presencia de una «ficcionalización» de la realidad de la novela de forma deliberada. 
Don Quijote de Avellaneda
La creación de una segunda parte de Don Quijote fue —está de más decirlo— un proceso largo y parsimonioso que, como lo prueba la obra, no estuvo exento de la realidad que vivió el autor. En 1614 sale a la luz el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras bajo la autoría del Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la Villa de Tordesillas. Es evidente que Cervantes se encuentra en proceso de escritura cuando esta obra apócrifa sale a la venta, pues como lo muestra la siguiente cita, el Quijote de Avellaneda o Quijote apócrifo —como se lo conoce actualmente— tuvo una clara influencia en algunas de las elecciones que tomó Cervantes respecto a la historia mostrada en la segunda parte.
Pero el autor de esta historia, puesto que  con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a lo menos por escrituras auténticas: sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad se hicieron…  (Cervantes, 2005. pág. 529)
Esta cita pertenece al final de la Primera parte y en ella se establece claramente cuál sería el argumento de la continuación a la historia: don Quijote, el famoso hidalgo, «fue a Zaragoza» y ahí se «halló en unas famosas justas». El uso del pretérito perfecto simple indica que aquella acción se dio y fue culminada. Aquí, la presencia del ingenioso hidalgo en el torneo de Zaragoza es un hecho eminente e irrefutable. Sin embargo, de 1605 a 1615 eso que se da por sentado se diluye. No sucede por descuido del autor, –pues hasta el capítulo 54 de la segunda parte el destino de don Quijote era Zaragoza– sino por la existencia de el Quijote de Avellaneda, que será nombrado por primera vez recién en este capítulo.
Al entrar a la venta el Caballero de la triste figura escucha a dos hombres (don Jerónimo y don Juan) hablando sobre la segunda parte de sus aventuras. Intrigado, continúa monitoreando la conversación hasta que, indignado ante el hecho de que haya un libro en el que lo muestran como «desenamorado», se presenta como el verdadero  don Quijote que está firmemente enamorado de Dulcinea del Toboso. Basándose en varios argumentos, se establece que aquel libro del cual leían don Jerónimo y don Juan no es del historiador Cide Hamete Benengeli y que, más aún, es inferior al publicado por este último. Incluso, don Juan llega a declarar que «…se había de mandar que ninguno fuera osado a tratar de las cosas del gran don Quijote, si no fueses Cide Hamete (…) bien así como mandó Alejandro que ninguno fuese osado a retratarle sino Apeles». (Cervantes, 2005. pág. 1003)
Luego de esta crítica, don Quijote se entera de que en la versión apócrifa el va a Zaragoza y decide cambiar su rumbo y dirigirse a Barcelona: «… no pondré los pies en Zaragoza  y así sacaré a la plaza del mundo la mentira de ese historiados moderno, y echarán de ver las gentes como yo no soy el don Quijote que él dice». (ibídem).
Este hecho narrativo, junto con el cambio del sustantivo hidalgo por caballero en el título de la obra para que no sea confundida con la de Avellaneda y las líneas sentenciosas del Prólogo de la segunda parte donde se indica que en ella se entrega «…a don Quijote dilatado, y finalmente muerte y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios» (Cervantes, 2005. Pág. 546), bastan para mostrar el impacto que tuvo este libro en la obra de Cervantes.
Sin embargo, el Quijote de Avellaneda no se queda en la venta, el título y el final, sino que, dentro de la historia, aparece un par de veces más con la finalidad de ser objeto de crítica por parte de don Quijote y otros personajes. Tenemos que al llegar a Barcelona, don Quijote visita una imprenta y se encuentra cara a cara con el libro que le ha causado tantas dificultades. Lógicamente, aprovecha para expresar su opinión al respecto: «…en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente; pero su San Martín se le llegará como a cada puerco,…» (Cervantes, 2005. Pág. 1033). Luego, al regresar al castillo de los Duques y presenciar a Altisidora resucitar, ella es capaz de develarles algunos datos sobre el inframundo y, entre ellos, incluye que había unos demonios que jugaban pelota usando libros en vez de bolas. Entre estos libros se encuentra la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha compuesta por Avellaneda que, según oyó decir al diablo, era tan malo que «si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no acertara» (Cervantes, 2005. Pág. 1079)
Cervantes es fiel a su prólogo, pues en él no encontramos «venganzas, riñas y vituperios» para el autor del apócrifo. No. Cervantes usa a sus personajes para que, en boca de ellos, se critique aquella obra. Tanto así que acierta, ya casi al final de la novela, con un golpe maestro. En el capítulo 72, al entrar a una venta cercana a su aldea, don Quijote se topa con Don Álvaro de Tarfe, uno de los grandes amigos del famoso caballero andante en el Quijote de Avellaneda. Mostrándose ante Don Álvaro, don Quijote no solo logra convencerlo de que él es el verdadero y no aquel que ha conocido anteriormente, sino que hace que el personaje de Avellaneda afirme, frente al alcalde del pueblo y un notario, que este es don Quijote y no el otro.
Así, la presencia del Quijote de Avellaneda ―el cual es un libro de ficción que existió en la España del siglo XVII— dentro de la obra literaria Segunda Parte del ingenioso Caballero don Quijote de la Mancha es el primero de tres niveles de ficción dentro de ficción que concierne a este ensayo.


El hecho literario

La metaficción es el segundo nivel que analizaremos dentro de esta historia. Definiremos metaficción como la reflexión sobre la ficción dentro de una obra            que de por sí, ya es ficticia.  Es la conciencia sobre el hecho literario, es el dejar ver las costuras con las que fue construida la novela. Frente a la metaficción, el lector cae en cuenta de que lo que está leyendo no es una realidad: aquí la burbuja en la que el receptor suele introducirse al leer una novela, se rompe, pues existen muchas evidencias que buscan dejar en claro que lo que está escrito es un texto que fue inventado y no una realidad.
En la segunda parte de la historia de don Quijote, arrastramos claramente un elemento importante de la primera: el narrador. Este ha sido causa de varios ensayos, pues la elección de Cervantes es todo excepto simple. La novela está narrada por un ente desconocido que ha juntado, a manera de mosaico, las hazañas de don Quijote. Sin embargo, la fuente más valiosa de información para este narrador son las traducciones  del documento del historiador Cide Hamete Benengeli. Así, se nos presenta desde el inicio una verdadera trampa, una caja china en la que el lector duda de si lo que está leyendo pudo suceder en realidad. Después de todo, Cide Hamete Benengeli, como buen árabe, solía mentir.  Si a ese hecho se le suma que la base principal del relato no es un original, sino una obra traducida, nos encontramos fácilmente en el terreno de lo incierto.
El narrador de esta historia comenta lo que leyó en el relato de Cide Hamete, lo corrige, lo edita… nos hace caer en cuenta que estamos ante una historia hecha con retazos escogidos y enmendados, destruyendo de una vez por todas la idea de que lo que está en el libro pueda ser una realidad en la que nos metemos sin interrupciones. Inclusive dos veces se nos presentan partes consideradas apócrifas.
Al inicio del quinto capítulo leemos «Llegando a escribir el traductor de esta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo…» (Cervantes, 2005. Pág. 581). Del mismo modo, se dudará sobre la originalidad del episodio de la cueva de Montesinos. Solo que esta vez no será el traductor el que comente, sino el mismo Cide Hamete Benengeli, pues al margen del documento explica que la encuentra poco contingible a diferencia del resto de aventuras y que queda en el lector decidir si es verdadera o no.
Al mismo tiempo, esta historia tiene conciencia de sí mismo y reflexiona sobre su existencia debido a que en ella se aclaran y critican ciertos aspectos de la primera parte. Por ejemplo, en el capítulo 44 debido a que mucha gente criticó el exceso de las historias interpoladas que al parecer no tenían nada que ver con el argumento de la novela en la Primera parte, Cide Hamete decide no incluirlas en esta segunda entrega. 


Realidad que se contagia

Mario Vargas Llosa en su ensayo Una novela para el siglo XXI, afirma que en Don Quijote  «la ficción va contaminando lo vivido y la realidad se va gradualmente plegando a las excentricidades y fantasías de don Quijote»[1]. Alonso Quijana, convertido en don Quijote, sale al mundo a «enderezar tuertos», a convertir un mundo lleno de corrupción y malicia en otro que se parezca más a aquel sobre el cual ha leído tanto en sus novelas de caballería. Si bien nunca logra su cometido, este caballero andante sí provoca un cambio en su realidad: desde la primera parte de la novela podemos ver cómo la gente que es cercana a él entra en su ficción, ya sea poniéndose barbas o pretendiendo ser una princesa de un reino lejano, alterando la realidad conscientemente.
Sin embargo, en la Segunda parte esta «ficcionalización» de la realidad se hace mucho más evidente, pues ahora que los hechos de la Parte I son conocidos por muchos, varios personajes se sumarán para hacer de ficción, realidad, logrando así que en esta segunda entrega sean muchos los momentos en los que asistimos a un espectáculo lleno de tretas, engaños y artificios en los que don Quijote caerá. Ahora, el Caballero de la Triste Figura (¿o será mejor decir de los Leones?) deja de ser el que altera la realidad, viendo  gigantes donde hay molinos, y pasa a ser parte de un juego creado para divertir a unos cuantos, pensado específicamente para don Quijote y del cual él no tiene conocimiento alguno.
En esta segunda parte, son cuatro los personajes mayormente responsables de que la ficción devore la realidad: el bachiller Sansón Carrasco, la duquesa, el duque y don Antonio Moreno.  A continuación, daré cuenta de algunos acontecimientos en los que podemos encontrar una realidad que ha sido alterada, creando un mundo ficticio dentro de la novela:
En el capítulo 7 se plantea que «El designio que tuvo Sansón para persuadirle a que otra vez saliese fue hacer lo que adelante cuenta la historia, todo por consejo del cura y del barbero, con quien él antes lo había comunicado» (Cervantes, 2005. Pág. 600). Ocho capítulos después presenciamos cuál es este designio, pues el bachiller Sansón Carrasco revelará que es El caballero de los Espejos o Caballero del Bosque que, en el capítulo 14, desafía a don Quijote con el propósito de que este, derrotado, cumpla con la condición de la batalla: «…el vencido ha de quedar a la voluntad del vencedor, para que haga él lo que quisiere, con tal que sea decente a caballero lo que se le ordenare» (Cervantes, 2005.  Pág. 648).
Sin embargo, por primera vez en este relato, don Quijote gana el duelo y, de esta forma, puede continuar con la aventura. El bachiller Sansón Carrasco regresa a su aldea derrotado pero no será la última vez que lo veamos. En un segundo intento por recuperar a Alonso Quijana, el bachiller irá a Barcelona y lo desafiará a duelo bajo el disfraz del Caballero de la Blanca Luna. Esta vez, Sansón será el vencedor.  
En ambas ocasiones que el bachiller se hace pasar por un caballero, existe una ruptura de la realidad, pues este la invade como un creado en la realidad de la obra, siendo así una ficción en la ficción. Sin embargo, su irrupción no es tan grande: puede ser que esté modificando la realidad, pero lo hace a una escala personal. Los duques, cuya aparición se da en el capítulo 30, serán los verdaderos modificadores de la realidad, pues ellos no conocerán limitación alguna al momento de engañar a don Quijote para reírse a expensas de él.
No conocer limitaciones significa, en términos cinematográficos, la diferencia entre una película independiente y una de Hollywood: por un lado, contar con un número mayor de personas involucradas y, por otro lado, encontrar los medios necesarios para que la ficción parezca lo más real posible. Veamos:
Para cuando don Quijote y Sancho llegan al castillo junto con la duquesa, el duque ya se ha adelantado y ha dado orden a todos sus criados del modo en que debían de tratar al caballero andante.  Por esto, el castillo entero se convierte en una especie de paréntesis en la que la realidad de la ficción queda suspendida temporalmente. Para el duque, la duquesa y todos los criados, la estadía de don Quijote significó una interrupción en la cual montaron un juego, un teatro, una burla en torno al invitado especial, en la cual se trata a don Quijote como un caballero y no un loco.
Por ejemplo, tras la bienvenida que le dan cuando llega al castillo (dos hermosas doncellas le colocan un manto de finísima escarlata y todos lo reciben diciendo que él es «la flor y nata de los caballeros andantes»), el narrador nos informa que «aquél fue el primer día que todo en todo conoció y creyó (don Quijote) ser caballero andante verdadero, y no fantástico…» (Cervantes, 2005. Pág. 784). En este mundo configurado de manera maestral por los duques, don Quijote es finalmente lo que en la realidad  quiere ser.
El lavado de las barbas, el cortejo de encantadores, la profesía de Merlín, la condesa Trifaldi, el vuelo de Clavileño, la aventura de los gatos y los cencerros, el gobierno de Sancho en Barataria y el duelo en defensa de la hija de la dueña Rodríguez  son todos situaciones que surgen ya sea por iniciativa propia de los criados o por planificación de los duques. A la duquesa le bastó con que Sancho le contase sobre el supuesto encantamiento de Dulcinea —el cual se inventó para no confesarle a su amo que nunca la había conocido—  para crear tres bromas en torno a este dato. Primero, convenció a Sancho de que aquello que para él había sido un mero invento, era realidad. Esto nos demuestra la habilidad de la duquesa, pues ha engañado al engañador.
 A partir de este dato se montarán tres bromas en las que las vestimentas, actuaciones, improvisaciones, recitaciones y decorado mostrarán un verdadero empeño por hacerla parecer real. Por ejemplo, tenemos un  cortejo de encantadores liderado por el Diablo (quien jura «En Dios y en mi conciencia» y desconoce a don Quijote a pesar de que debería conocer todo por ser diablo), cuyo objetivo es anunciar que pronto vendrá Dulcinea acompañada de Montesinos para informarle a don Quijote cómo desencantar a la reina de su corazón. En este cortejo hay bueyes, cornetas, bocinas, clarines, demonios y los etcéteras no alcanzan para nombrar todo lo que se incluyó para darle verosimilitud.
Este mismo empeño se ve en el engaño de la condesa Trifaldi o el vuelo del Clavileño, pues no solo travistieron al mayordomo o hicieron un caballo de madera para la ocasión sino que con grandes fuelles le hacían aire: «tan bien trazada estaba la tal aventura por el duque y la duquesa y el mayordomo, que no le faltó requisito que la dejase de hacer perfecta». (Cervantes, 2005. Pág. 860)   Incluso, al terminarse la aventura con la explosión de los cohetes que se encontraban dentro del caballo de madera, encuentran en pleno jardín una gran lanza con un pergamino que les informaba que la condesa Trifaldi había sido desencantada.
Como si esto fuera poco, el duque dispondrá de un pueblo entero para engañar a Sancho Panza. El duque cumple su promesa de darle una ínsula, y si bien esta no se encuentra en pleno mar, fue definitivamente gobernada por el fiel escudero. El gobierno de Sancho es pura ficción, pues todos saben que él no es un verdadero gobernador, sin embargo, siguen el juego. La mayor puesta en escena se da cuando se pretende que la ciudad está siendo atacada, mostrando la inutilidad de Sancho frente a tal situación y terminando con su gobierno de una vez por todas.
Aparte, los duques serán responsables de montar un Juicio de Inquisición. Los jueces serán Minos y Radamanto, personajes de la Divina Comedia.  Ellos, serán los encargados de ponerle un castigo a Sancho debido a que, por el despecho causado a Altisidora gracias a don Quijote, ella había muerto y, si cumplía Sancho la penitencia, podía resucitar.     
Por último, don Antonio Moreno en Barcelona se encargará de que a don Quijote lo reconozcan en la calle al pegarle un cartel que revela su identidad, para que el caballero andante se crea famoso y bien conocido. Al mismo tiempo, será el creador de una cabeza encantada, artificio que supuestamente predice el futuro y que es en verdad un espacio hueco en el cual se introduce un estudiante y responde, de la forma más ambigua e imprecisa, las preguntas de los presentes.  
Vargas Llosa dice que en esta novela el asunto central es la ficción. Creo, luego de haber mostrado los tres niveles de ficción en ella, que no hay forma de negar que el ganador del Premio Nobel tiene la razón. No solo hay ficción aquí, sino una verdadera cátedra de lo que una novela es, de lo que implica y, sobre todo, hay un desafío para el lector. El Quijote es un libro que no todos podrán disfrutar a pesar de su gran humor, pues no solo la cantidad de páginas es un reto, sino todo él.  

Bibliografía
de Cervantes, M. (2005) Don Quijote de la Mancha. Alfaguara.   



[1]  Cita tomada del ensayo “Una novela para el siglos XXI” de Vargas Llosa que está incluido en la edición conmemorativa de Alfaguara y la Real Academia Española del IV centenario de Don Quijote de la Mancha. Pág. XV. 

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