lunes, 31 de enero de 2011

Institutio Oratoria de Quintiliano, libros VII, VIII y IX: síntesis y crítica




1-INTRODUCCIÓN:

El presente trabajo se propone lo siguiente: a) Exponer una síntesis de los libros VII, VIII y IX de la Institutio Oratoria, la cual no solo que no tomará en cuenta cada una de las partes de los libros sino que combinará las palabras textuales de Quintiliano con palabras de los autores de este trabajo: es pues una síntesis de carácter puramente instrumental que ha sido desarrollada para que el lector pueda constatar muchas de las cosas que dicen los autores, no ya solo con las citas elegidas de nuestra propia síntesis sino con lo no citado (por eso la extensión de la síntesis). Además, se ha subrayado ciertas partes de particular importancia b) Desarrollar un trabajo de indagación sobre la obra de Quintiliano, el cual se focalizará en los tres libros susodichos y tratará de mostrar características generales de la Institutio Oratoria en dichos libros.


2-SÍNTESIS  PARCIAL  DE  CARÁCTER  OPERATIVO:

Libro séptimo
Proemio. De la utilidad de la disposición
No basta que estén vaciados todos los miembros de la estatua, sino que tengan la debida unión, la cual, a la menor alteración y mudanza que padezca, resultaría un monstruo. La naturaleza consiste en el orden, y en el desorden su destrucción: así la oración sin orden y disposición será una confusión de ideas, sin dirección ni   unión en sus partes, con muchas repeticiones y omisiones; usándola, el orador carecerá de consejo y tino y hablara como por ocasión.

Capítulo I. De la disposición
I. Por división entendemos una prudente distribución que hacemos de las ideas y partes del discurso, dando a cada cual su lugar.
III. En cuanto a cómo hacer la defensa, debe comenzarse por alguna de las razones fuertes y concluirse por las más poderosas, poniendo en medio las más débiles pues al principio hay que mover y al final inclinar a nuestro favor. También en general hay que iniciar desvaneciendo la principal acusación contra el reo.
IV. Si la causa es simple, examinamos si podemos responder y deshacer la acusación de un solo modo o de muchos. Si de uno, vemos si la cuestión es del hecho o de la ley: si es de hecho, considérese si se ha de negar o defender; si  sobre la ley, examínese la especie de cuestión; viendo si toca a los términos o a la intención de la ley.
En las controversias debemos ir subiendo de punto; de menos a más sea única o diversa la especie.
V. Comenzaba yo por la última especie de cualquier género (pues en ella suele estar toda la cuestión) y retroceder hasta la primera; o comenzando por el género remataba en su última especie. Separaba también los puntos de concordancia con el contrario si esto me favorecía para sacarle confesiones, información.
VI. Las pruebas en las cuestiones más recónditas se inventan mediante ingenio, estudio y ejercicio. No hay mejor vía que examinar la intención de la ley cuando sus términos son contrarios: lo fundamental es si hemos de estar en las palabras o en la intención de la ley.
VII. La mayor parte de ellas deben recaer en una materia determinada para entenderse. Divídase la causa en varias cuestiones y lugares; recuérdese que cada una de estas tiene su disposición particular. El exordio tiene cosas que son primarias, secundarias, y otras que deben seguir a las primeras. Cada cuestión y lugar pide cierto orden observable aún en cuestiones particulares, lo cual es imposible demostrarlo con reglas sin hallar materia en que recaiga.
La principal disposición y economía de un discurso es aquélla que nos enseñan las circunstancias del asunto. Éstas nos dirán cuándo usaremos de exordio y cuándo no, cuándo pondremos la narración seguida y cuándo por partes, cuándo comenzaremos por el principio, cuándo por el medio o fin, y cuándo la omitiremos…etc
Esta prudente disposición se consigue con el ingenio, instrucción y estudio. Es necesario no ir atenido a solas reglas, sino a lo que dicta la naturaleza, procurando convertir en sustancia los preceptos del arte para que parezcan en nosotros, no como cosa enseñada, sino natural.
Otra disposición hay de los pensamientos, donde no sólo hay algunos que piden el primero, el segundo o tercer lugar, sino que todos deben tener entre sí tal trabazón que formen un cuerpo y no miembros separados. Esto se conseguirá si se examina qué pensamientos convienen a cada materia, qué expresiones vienen ajustadas con otras, todo para no decir inconexiones.

Libro octavo
Proemio
II.  La retórica, arte de bien decir, facultad y virtud,  su materia son todas las cosas de que se puede hablar; éstas se reducen a tres géneros: deliberativo, demostrativo, y judicial. Toda oración consta de pensamientos y de palabras; para los pensamientos sirve la invención, la elocución para las palabras, y la disposición para uno y otro, y finalmente, la memoria debe aprender cuanto dice el orador, el cual recordará  que la pronunciación da el alma a las palabras.
Dije que: a) los oficios del orador son enseñar, dar gusto y mover; b) las causas judiciales unas contienen una sola cuestión, otras son complicadas y toda causa judicial comprende cinco partes: el exordio para, ganar la benevolencia; la narración, cuenta lo sucedido; la confirmación, prueba el asunto con razones; la refutación, deshace las del contrario; y la peroración, recuerda al juez lo dicho o mueve su ánimo.
III.. Elocución es la virtud de declarar al que nos oye todos nuestros pensamientos, y sin ella todo lo demás es ocioso. Es la parte que más depende de preceptos y que no puede lograrse sin arte: solo se consigue con imitación y ejercicio. Ella da la competitividad del orador.
IV. Las palabras hermosean un discurso; pero esto ha de ser con naturalidad, no con afectación. En las palabras debe ponerse cuidado, pero en los pensamientos singular esmero. La elocuencia tiene su fuerza en todo el cuerpo de la oración. Así, el excesivo esmero puede a veces quitar fuerza a la oración, pues no hay mejor adorno que el natural y conforme a la verdad de las   cosas: si es afectado, parece cosa fingida y sobrepuesta y pierde crédito y decoro pues deslumbra a los sentidos ahogando el discurso.
Cuidemos la elocución, pero sepamos que las palabras no son el fin de la oratoria: éstas se inventaron para adorno, siendo aquellas las que mejor manifiestan el pensamiento y causan el efecto deseado.

Capítulo I. De la elocución
La elocución se considera ya en las palabras tomadas de por sí, ya unidas en la oración. En las palabras de por sí hemos de cuidar que sean castizas, claras, adornadas y acomodadas al fin que intentamos. En las palabras unidas entre sí, estas deben ser correctas, bien colocadas y figuradas. No deben ser viciosas ni bárbaras ni extrañas.

Capítulo II. De la claridad
I. La claridad nace principalmente de la propiedad en las voces. Tres son los sentidos de <propiedad>: 1) El nombre de cada cosa, del que no siempre usamos, pues debemos evitar el nombrar con sus propios términos las cosas obscenas, asquerosas y bajas. 2) <Propia> llamamos entre muchas cosas de un mismo nombre a aquélla de que otras lo tomaron: remolino llamamos al agua o a cualquier cosa que gira alrededor de sí; y de aquí tomó el nombre la coronilla de la cabeza. 3) Cuando una cosa común a muchas tiene su nombre peculiar; así llamamos propiamente nenia al canto fúnebre, y augustale a la tienda del general.
La propiedad que más alabanza merece es la que significa las cosas con la mayor expresión.
II. La obscuridad se halla en las palabras que no están en uso y debe evitarse en el contexto del lenguaje y en lo prolongado de él, que es de varias maneras. Así, ni sea tan largo que se nos escape el sentido de la oración, ni tan pesado por el trastorno de las voces que haya hipérbaton, mas lo peor es la mezcla confusa de las palabras. Nace también la obscuridad de la interposición de alguna cosa en el contexto.  Debe pues evitarse la ambigüedad, el amontonamiento de palabras inútiles; y el escaseo de palabras al punto de hacerse ininteligible.
Tengo por la principal virtud la claridad, la propiedad de las palabras, el buen orden, el ser medido en las cláusulas y que ni falte ni sobre nada. De este modo el razonamiento será de la aprobación de los sabios e inteligible para los ignorantes.

Capítulo III. Del ornato
I. La invención puede encontrarse aun en los ignorantes, la disposición requiere pocas reglas, lo que llamamos artificio consiste principalmente en saberlo disimular; y finalmente todo esto sólo mira a la utilidad de la causa; aunque el adorno recomienda al orador, quien en esto busca tanto el juicio del sabio como la alabanza del vulgo.
No contribuye poco el adorno para triunfar de los contrarios, pues los que oyen con gusto están más atentos y se persuaden más pronto; mas el adorno no ha de ser liviano y ha de juntar hermosura y utilidad.
El adorno debe variar según el género y la materia a tratar. El género demostrativo emplea todas las riquezas y adornos del arte: el adorno en las palabras, el deleite en las figuras, la magnificencia en los tropos y el esmero en la composición. Aunque cuando se trata de cosa de grave en que se pueda venir a manos, ninguno debe cuidarse mucho de las palabras.
II. La claridad necesita de palabras propias y el adorno de las trasladadas: cuando las expresiones son impropias no puede haber ornato. Ni se ha de usar siempre de expresiones magníficas, sino a veces también de palabras bajas, porque alguna vez éstas dan mayor fuerza a la cosa.
III. Habiendo palabras propias, inventadas y trasladadas, las primeras reciben el valor de su antigüedad. Por otra parte si podemos inventar palabras aunque esquivando el peligro de introducirlas con estas expresiones: Para hablar asíSi es lícito decir asíEn cierto modo…etc
IV. El adorno del contexto de la oración consiste en dos cosas principalmente: en el estilo y en el uso de las palabras. El razonamiento que no sea de la aprobación del auditorio, no puede ser adornado. La demasía en todos géneros es viciosa. Las palabras tengan autoridad y peso y las sentencias o sean graves o correspondientes a las opiniones y costumbres de los hombres.
En cuanto a los vicios vemos: la cacofonía; las expresiones humildes, por las que se rebaja mucho de la grandeza o dignidad de la cosa; el explicar una cosa humilde con términos que exceden a su pequeñez; la miosis, que es cuando falta alguna cosa a la oración para estar llena, aunque esto más es vicio de la oración obscura que de la desaliñada; la omoiología, que es cuando la oración va siempre en un mismo tono sin variar; la macrología, que es un rodeo mayor de lo que conviene, aunque la perífrasis se le parece y es virtud; el pleonasmo, aunque a veces se pone el pleonasmo para afirmar más la cosa, siendo vicio solo si es no-intentada redundancia inútil; y la periergía o cuidado demasiado en afinar la cosa (distinguir ‘nimio’ de ‘cuidadoso’ y ‘supersticioso’ de ‘religioso’, por ej.). Mas recuérdese: siempre que ponemos palabras que ni ayudan para el sentido ni para el adorno, es vicio.
El cacocelón o afectación suele pecar en todos los modos de decir, el cual es todo lo que no da gracia a la oración, algo puesto sin discernimiento.
Resumiendo: Los vicios de ideas nacen de ser estas necias, comunes, contrarias y superfluas; y los de palabras dependen de la impropiedad, redundancia, obscuridad, desunión   y uso pueril de voces semejantes y ambiguas.
V. Ornato es todo aquello que se añade a la oración además de la claridad y probabilidad. Hay tres grados: a) concebir bien la cosa que pretendemos declarar. b) ponerla con claridad, y c) hacer el discurso más brillante, que es lo que llamamos adorno.
IDEAS DE MAYOR IMPORTANCIA DE LO QUE RESTA:
*Entre las virtudes del adorno está la energía, la que más es representación viva de la cosa. pudiendo hacerse esto de varios modos, siendo el principal cuando con palabras ponemos una viva imagen de la cosa
*Siguiendo la verosimilitud, lograremos el aclarar la cosa; y podremos añadir lo que pasa en semejantes lances, aunque no sucediese. El mejor medio para acertar en esto es observar y no perder de vista la naturaleza. La elocuencia se versa acerca de las acciones de la vida; y lo que uno oye lo acomoda a su condición natural.
*Son muy del caso los símiles para aclarar la cosa, más en toda comparación o precede la semejanza a la cosa, o al contrario.
*Lo que es perfecto en su género eso tiene fuerza.

VI. La fuerza de un razonamiento depende, ya de la amplificación, ya de la disminución.

Capítulo IV. De la amplificación
La primera manera de amplificar y disminuir es por el nombre que damos a la cosa. Cuatro son los principales modos de amplificar o engrandecer  la cosa: por aumento, comparación, raciocinación y congeries.
I. Aumento es cuando pintamos como cosas grandes las cosas de poca consideración. Se hace por uno o muchos grados; gradación; pasando de lo sumo que hay en la cosa, donde habiendo llegado a lo más elevado se añade otra cosa aún más suma; y poniendo la cosa en tal grado que no se pueda decir más.
II. La amplificación por comparación recibe su aumento de las cosas menores; porque exagerando lo que es menos, precisamente se ha de realzar lo que es más (si así es de verde como será de madura) Otras veces por medio de un símil pretendemos exagerar una cosa. Para ponderar una cosa, no sólo cotejamos el todo con el todo, sino las partes entre sí
III. Las amplificaciones por raciociniación unas veces las ponemos en la oración sin fin particular y otras tienen mucha fuerza; pues ya las usamos para llenar, ya para ponderar una cosa, y después se deduce la razón para exagerar lo que queremos; deduciéndose unas cosas de otras no es impropio ni desusado el decir, amplificar por raciocinación. Otras veces amplificamos por los antecedentes. O también cuando ponemos una cosa no por sí, sino para que de ella se pueda colegir la grandeza de otra.
IV. Podemos añadir a la amplificación el amontonamiento de palabras y sentencias que significan lo mismo. Y aun cuando no subamos por grados, con todo se engrandece más el asunto con aquel cúmulo de cosas.

Capítulo V. De las sentencias
I. Hay sentencias simples, otras incluyen en sí alguna razón Otras hay dobles, Algunas son notables por la diversidad que explican. Cuando incluyen alguna figura tienen fuerza particular, como. Debe cuidarse siempre que las sentencias no sean muy frecuentes ni abiertamente falsas, que no se usen en cualquier parte ni se pongan en boca de cualquiera.
II. De las dos opiniones que hay en esta parte (queriendo unos hablar sólo por sentencias y otros desechándolas del todo) no admito ninguna: cuando son muchas, dejan desunida la oración; porque como cada sentencia hace sentido perfecto, comienza después otro de nuevo.
Capítulo VI. De los tropos
Hay dos especies de tropos.-I. Unos sirven para la significación: como metáfora, sinécdoque, metonimia, antonomasia, onomatopeya y catacresis.-II. Otros para adorno: como el epíteto, alegoría, enigma, ironía, perífrasis, hipérbaton e hipérbole.Tropo es la mutación del significado de una palabra a otro, pero con gracia.
I. La metáfora, esto es, traslación, es entre todos es el más hermoso y frecuente; tan natural que lo usan hasta los ignorantes sin advertirlo, y tan gustoso que da mayor luz a la oración ya por sí clara. Contribuye a la afluencia, ya trocando el significado, ya tomando de otra cosa la significación de lo que no tiene término propio, y hace que no falten palabras para expresar cualquier cosa, que es la mayor dificultad. Por la metáfora se traslada una voz de su significado propio a otro donde o falta el propio, o el trasladado tiene más fuerza. La fuerza de ésta parece ser principalmente de cuatro modos: si en las cosas animadas se pone una por otra; si cosas inanimadas se toman por otras del mismo género; si las cosas inanimadas se toman por las animadas; o si las animadas por inanimadas,  brotando una cierta sublimidad de esta última. Su moderado y oportuno uso hace clara la oración, el frecuente no sólo la obscurece,   sino que la hace enteramente fastidiosa, y continuado viene a dar en alegoría y enigmas. La metáfora, o debe llenar un hueco, o si ocupa el lugar de otra palabra debe expresar más que aquélla por la que se sustituye.
Lo cual diré casi con alguna más razón de la sinécdoque. Ésta puede variar la oración de suerte que de una sola cosa entendamos muchas; la parte por el todo, la especie por el género, los antecedentes por los consiguientes o al contrario; en todas las cuales cosas tienen más libertad los poetas que los oradores.
No se diferencia mucho de este género la metonimia, que es poner un nombre por otro nombre. Cuya fuerza está en poner en lugar de aquello que se dice la causa por que se dice.
La antonomasia, que pone alguna cosa en lugar de un nombre propio, es de uno y otro modo muy frecuente en los poetas y poco en los oradores.
La onomatopeya, esto es, ficción de un nombre, tenida por los griegos por una de las mayores virtudes, apenas se nos permite a nosotros.
Tanto más necesaria es la catacresis, la cual a aquellas cosas que carecen de propio  nombre les acomoda el que se les acerca.

II. Los demás tropos no se usan ya para mayor expresión ni para dar más fuerza al discurso, sino tan solamente para adornarlo.

Libro noveno
Capítulo I. De las figuras
I. El uso es también el mismo, pues añaden fuerza a las cosas y les dan gracia; no obstante es diferente al tropo: el tropo es un modo de hablar trasladado de la natural y primera significación a otra para el adorno de la oración; la figura, como por el mismo nombre se ve, es una manera de hablar apartada del modo común y más obvio. Así en los tropos se ponen unas palabras por otras; mas no en las figuras, pues la figura puede formarse en las palabras propias y por su orden colocadas.
II. Lo que debemos entender por figura, de dos modos se explica: a) cualquier forma del concepto, como sucede en los cuerpos, los cuales, cualquiera que sea su composición, tienen seguramente alguna figura, b) o  esquema, quiere decir una mutación razonable en el sentido o en las palabras del modo vulgar y sencillo, como: nosotros nos sentamos, nos recostamos, miramos.
figura no es otra cosa que un nuevo modo de decir con algún artificio. En dos partes se dividen las figuras, a saber: en figuras de sentencias y de palabras.

Capítulo II. De las figuras de sentencias
I. Hay figura siempre, y cuando la pregunta no se hace precisamente por averiguar, sino para dar más fuerza a lo que se dice. Esta figura admite mucha variedad, porque sirve para la indignación Y para la admiración, a veces para mandar de un modo más imperioso(¿No haré que al punto se armen escuadrones?)
Alguna figura hay también en la respuesta, cuando al que pregunta una cosa se le responde a otra.
Mas no es desagradable la alternativa de preguntarse y responderse uno a sí mismo, Cosa distinta de ésta es cuando, después de haber preguntado, inmediatamente se responde sin esperar respuesta del otro: ¿Te faltaba casa? Pero la tenías.
En las causas sirve de mucho la ocupación, que llaman prolepsis, cuando nos adelantamos a hacer la objeción que podían hacernos.
figura que llaman comunicación, cuando consultamos a los contrarios mismos
Cuando usamos de la comunicación, añadimos al fin alguna vez alguna cosa no esperada, lo cual por sí es figura (¿Qué más? ¿Qué juicio es el que hacéis? ¿Pensáis acaso que fue algún hurto o algún robo?) 

II. Lo que algunos llaman exclamación, y la ponen entre las figuras de la oración: siempre que estas expresiones son verdaderas, no son figuradas en el sentido de que ahora hablamos; pero siendo fingidas y compuestas con arte, deben, sin duda alguna, ser tenidas por figuras.
Existen diferentes figuras de sentencia como: prosopopeya; apóstrofe; hipotiposis, que es como pintar lo sucedido con expresiones tan vivas que parece que se ve en vez de oírse; ironía, en que se expresa lo contrario de lo que se dice; alegoría, que es una metáfora continuada; aposiopesis o reticencia, que muestra por sí misma los afectos, aún la ira; etopeya, que es una imitación de las costumbres de los otros y puede servir para burla; hipotiposis, que es como la etopeya pero centrada en los hechos antes que en las costumbres; énfasis, que resalta alguna parte del decir y de ese modo permite sacar alguna cosa oculta de lo dicho.
III. Aquella especie de énfasis que es muy frecuente en la cual por una cierta sospecha queremos que se entienda lo que decimos y no lo contrario, como en la ironía, sino otra cosa oculta y que el oyente ha de adivinar en cierto modo; ésta, se usa de tres maneras: a) cuando hay poca seguridad en decir las cosas a las claras b) cuando no conviene c) usada a veces por su hermosura, deleita por su misma novedad y variedad más que cuando la relación o narración se hace sencillamente.

Capítulo III. De las figuras de palabras
I. Las figuras de palabra son de dos especies: a la una llaman modo de hablar, y la otra es muy acomodada para la colocación, puede no obstante la primera llamarse gramatical, y la otra retórica. La primera resulta de las especies mismas de donde tienen los vicios del lenguaje su principio. Porque toda figura sería vicio si fuese casual y no buscada con estudio.  En sola una cosa es útil sobre todo, y es que disminuye el fastidio que causa el modo de hablar diario y que se forma siempre de un mismo modo, y nos aparta del estilo vulgar de hablar.  Las escogidas y las que están fuera del vulgar estilo son por lo tanto son más excelentes, mas así como por su novedad excitan la atención, así fastidian con el mucho número.
las figuras se forman en los nombres por lo respectivo al género
II. En cuanto a las figuras retóricas y sus tipos:
El primero se hace por adición. Hay muchos géneros; porque las palabras se duplican, o para amplificar. Esta misma figura se convierte alguna vez en ironía para disminuir. Muchas comienzan con vehemencia e instancia por unas mismas palabras al inicio de los periodos gramaticales de la expresión en cuestión; otros en cambio acaban con las mismas palabras al final de dichos periodos gramaticales. En las contrapuestas o comparativas suele corresponder una mutua repetición de las primeras palabras: (Tú___; Él___.Tú___;Él___). También puede hacerse repitiendo por una y otra parte las palabras del medio o haciendo corresponderse las últimas a las primeras, o usarse aquella que repite lo que una vez ha propuesto, y lo divide (A _________, B_______, C_____: A hizo tal, B tal, C tal) Así mismo está la epanodos, o regressio: en ella se toman unas mismas palabras no solamente en un mismo sentido, sino también en el contrario (La dignidad de los caudillos era casi igual: no era tal vez igual la de aquellos que los seguían). A veces se varía esta repetición por casos y por géneros (Magnus est labor dicendi, magna res est! Pater hic tuus? patrem hunc appellas? patris tu hujus filius es?). De éste modo se hace por casos la figura que llaman poliptoton: la última palabra de la sentencia que antecede y la primera de la que sigue son frecuentemente una misma (_______B; B:________). Júntanse también palabras que significan una misma cosa. Otra figura, la cual, por carecer de conjunciones, se llama disolución o asindenton; contraria a ésta es la figura que abunda en conjunciones o polisintendón: el principio es uno solo, porque da más fuerza y eficacia a lo que decimos, y hace que lleve consigo una cierta vehemencia, como de afecto, que con frecuencia se excita vivamente. La gradación, que se llama climax, tiene más claro y afectado el artificio y, por lo tanto, debe ser más rara.
Mas las figuras que se hacen por disminución tienen principalísimamente su origen de la brevedad y novedad; de las cuales una es la sinécdoque, Otra figura hay por disminución, de la que poco ha se ha hecho mención, a la que se le quitan las conjunciones. La tercera se llama sinezeugmenón, esto es, adyunción, en la cual hacen relación a solo un verbo muchos conceptos (Venció la liviandad a la vergüenza, la osadía al temor, la sinrazón a la razón)
El tercer género es de aquellas figuras que, o por alguna semejanza de las palabras, o por tenerlas iguales o contrarias, se llevan tras sí la atención y mueven los ánimos. Tal es la que llaman paronomasia. Semejante a ésta es la antanaclasis, que es la contraria significación de una misma palabra. Casi de cuatro maneras son las palabras iguales unas a otras. La primera es cuando se busca una palabra semejante a otra o no muy desemejante. La segunda, llamada omoyoteleuton, consiste en que rematando de un mismo modo una cláusula, colocadas las  palabras de un mismo sonido en la última parte, haga semejante el remate de dos o más sentencias. La tercera es la que termina en unos mismos casos, y se llama omoyóptoton
La contraposición llamada antíteton se hace de varias maneras. Porque se hace cuando de una en una las palabras se oponen unas a otras,  ya cuando de dos en dos se oponen a otras dos (No es propio de nuestro ingenio; propio es de vuestra protección). y cuando las sentencias se oponen a las sentencias, También se hace tomando aquella figura por la que se repiten los conjugados y se llama antimetábole, como: No vivo para comer, sino que como para vivir.
III. Las figuras: puestas a su debido tiempo adornan la oración, usadas sin moderación son la cosa más inútil. Es pues ridículo usar expresiones sin concepto: ni aun las figuras que dicen bien en la oración se han de usar con demasiada frecuencia. Finalmente recuerde para perorar: lo que requiere el lugar, el tiempo y la persona, pues la mayor parte de estas figuras son para deleitar.

Capítulo IV. De la composición
I. ¿De qué modo puede la composición tener más fuerza que teniendo unión y buena colocación? ¿Por qué razón, pues, se ha de juzgar que con la hermosura se le quita el nervio a la oración, siendo así que ninguna cosa hay que sin el arte tenga alma, y que del arte es siempre inseparable compañera la hermosura? La composición sirve muchísimo, no sólo para deleitar, sino también para mover los ánimos: primero, porque ninguna cosa puede llegar al corazón cuando ofende al oído, y segundo, porque naturalmente somos inclinados a la música.
La fuerza que la oración tiene es vehementísima; y cuanto va a decir el expresar un mismo pensamiento con estas o aquellas palabras, otro tanto hace al caso con qué composición se han de unir unas palabras mismas en el discurso del período, o con cuáles se ha de concluir. Cuanto más hermosas sean las expresiones que se trastornaren, ya por su concepto y ya por la elocución, será la oración tanto más deforme.
Lo que deben aprender primero los que quieran componer bien:
II. Ante todo, pues, la oración es de dos maneras; una trabada y unida, y la otra libre como la que se usa en los razonamientos y en las cartas. Mas aquella otra oración continuada y conexa se compone de tres partes: de incisos, que los griegos llaman comas, de miembros o colones y período, que es lo mismo que círculo, rodeo o continuación o conclusión. En toda composición deben necesariamente concurrir estas tres cualidades: orden, unión y armonía.
III. Orden. Éste consiste en tener cuenta con cada una de por sí de las palabras y con la contextura de ellas. Aquí se debe cuidar que la oración no disminuya el concepto, ni a una expresión de mucha alma se sustituya otra de menos energía, También es demasiada superstición dar la primacía de orden a las cosas según el tiempo de cada una de ellas, ya que a veces son de más consideración las cosas que han sucedido antes, y por lo tanto se deben contar después de las de menos importancia. Cosa bellísima es cerrar el sentido de la oración con el verbo si lo permite la composición, porque en los verbos está la fuerza del razonamiento. Pero si esto disuena al oído, esta razón debe ceder a la armonía. Hay que cuidarse de las digresiones demasiado largas y cuidar de no relegar en el medio sino poner en la cláusula las palabras que encierran concepto importante, ya que así se le hace patente al oyente. Finalmente el orden, si es defectuoso, aun cuando la oración tenga unión y competente cadencia, carecerá de composición.
IV. Síguese la unión; ésta se halla en las palabras, incisos, miembros y períodos. Después se sigue el concurso de las vocales, el cual, cuando se verifica, es preciso abrir frecuentemente la boca para la pronunciación de ellas, y la oración se hace pesada y dificultosa. Muy mal sonido harán las palabras largas en que se juntan entre sí unas mismas letras. Sin embargo, no se ha de temer esto como si fuera un gran delito, y no sé cuál es peor en esto, si el total descuido o el demasiado cuidado. Porque el temor es preciso que impida la vehemencia de decir y que retraiga de lo mejor. Y también las consonantes, sobre todo las más ásperas al juntarse en las palabras, hacen mala consonancia. También se debe cuidar de que las últimas sílabas de la palabra que antecede no sean las mismas que las primeras de la siguiente. En síntesis evítese la repetición de elementos fonéticos, recuérdese que aun las mismas virtudes del lenguaje se hacen fastidiosas, sin el auxilio de la hermosura que les da la variedad.
V. La armonía: toda composición, medida y unión de voces se compone de números (el ritmo) o de metro; esto es, de con cierta medida. En esta atiéndase a que: A) Aunque el ritmo y el metro se componen de pies, los ritmos (esto es, los números) constan de espacios de tiempo, y los metros no aunque conllevan orden; por lo que uno parece de cantidad y otro de calidad. B) La colocación debe juntar las palabras que ya ha aprobado, elegido y como señalado para sí; pues aun las ásperas, unidas entre sí, son mejores que las que nada significan. El orden de los pies es mucho más dificultoso en la prosa que en el verso porque la prosa tiene muchas veces más largos rodeos y requiere ser varia, no uniforme. C) Todo el cuerpo de la composición está también lleno de números. Porque no podemos hablar sino por sílabas breves y largas, de las que se componen los pies. Sin embargo, en las cláusulas y en los principios de los periodos donde más hay que observarlos pues allí el oyente está más atento. En las palabras que se ponen en medio de la cláusula no es necesario cuidar que tengan entre sí unión, sino que no sean pesadas ni largas. D) Muy grande fealdad es si toda la oración se comprende en un verso, como también es deformidad si fuere verso parte de ella. E) La oración consta de pies. Hay distintos tipos, mas todo pie con más de 3 silabas tiene varios pies. Peón, 4 sílabas; docmio, 5 sílabas. Espondeo, 2 largas; pirriquio, 2 breves; yambo, 1 breve y 1 larga; troqueo, 1 larga y 1 breve; dáctilo 1 larga y 2 breves; anapesto, 2 breves y 1 larga; anfímacro o crético: larga-breve-larga; anfíbraco: breve-larga-breve; baquio, 1 breve y 2 largas; palimbaquio: breve-larga-larga; troqueo, 3 breves; moloso 3 largas. Así mismo las sílabas largas tienen autoridad y gravedad ,y las breves, ligereza; las cuales si se mezclan con algunas largas corren, mas si se juntan con otras breves parece que van saltando. F) El orador, que debe ser corriente y fluido en hablar, no se envejezca en la medida de los pies y pesando las sílabas; porque esto no sólo es propio de un hombre miserable en la elocuencia, sino también de quien se ocupa en las mayores bajezas; y que el que se afanare en el cuidado de estas cosas, estará siempre distante de las que son más excelentes. Pero no tanto se debe atender a los pies como al conjunto de ellos. Recuerda así mismo que hay cosas para las cuales no hay regla: así, si pudieres tal vez discernir qué es lo majestuoso y  lo agradable, lo harías mejor si te gobiernas más bien por la naturaleza que por el arte, pues en la misma naturaleza hallarás arte. E) Lo  absolutamente propio del orador es saber en qué ocasión hacer uso de cada uno de los géneros de composición. Esto es de dos maneras: la una se refiere a los pies y la otra a los períodos de que se componen los pies. Hay incisos, miembros y períodos. El inciso, según mi dictamen, será cuando el sentido  cierra sin llenar el número: los más lo tienen por parte del miembro El miembro es un concepto acabado con orden de palabras, pero separado de todo el cuerpo del período, y que por sí ninguna fuerza tiene. Los incisos y los miembros casi siempre van interpolados y les falta el remate. Dos son los géneros de períodos: sencillo, cuando un solo concepto se explica con un largo rodeo de palabras; y el otro que consta de miembros e incisos, y tiene muchos conceptos. Todo período tiene por lo menos dos miembros. Lo que se debe observar es que deje perfecto el sentido, sea claro y proporcionado. Si muy largo, es pesado; si muy corto, no por ello majestuoso. Cuando fuere necesario perorar con vehemencia, instancia y fortaleza, hablaremos por miembros separados y cortados; esto vale muchísimo en la oración; y de tal manera se debe acomodar la composición a los asuntos, que en los ásperos se usen también miembros ásperos. En narraciones usaremos regularmente la división de miembros; y si usamos períodos, les daremos mayores intervalos, exceptuando narraciones hechas no tanto para enseñar como para adorno.
El período es acomodado para los exordios de los asuntos de importancia. Asimismo en los lugares oratorios y en toda amplificación, pero se requiere que sea cortado en las reprensiones y numeroso en las alabanzas. En los epílogos es mucho mejor, pero en toda la oración se debe usar para que sea más numeroso el estilo de la composición. La historia no tanto requiere una composición numerosa como  cierto rodeo y contextura en la oración. Todo género demostrativo tiene los períodos más extensos y más libres; el judicial y forense, así como es vario por su materia, así también lo es por la misma colocación de las palabras.
Compondremos el exordio con variedad y según la naturaleza del asunto lo pidiere.
Generalmente la composición ha de ser del mismo modo que la pronunciación.
Generalmente es menos mala una composición dura y áspera que una afeminada y sin nervio. Es una especie de versificación el observar en todos los discursos una misma regla: esto causa tedio y fastidio por afectado y monótono. El mayor esmero consiste en que no parezca que se ha trabajado con estudio.
En síntesis la composición debe ser hermosa, gustosa y varia. Sus aspectos son orden, unión y armonía. Debe cuidarse lo que se añade, quita y trastorna. Su uso ha de ser según la naturaleza de las cosas de que hablamos. Grande debe ser el cuidado que en la composición se ha de tener; pero de tal manera que sea mayor el que se ponga en los conceptos y en acomodar las expresiones. El disimulo de este cuidado ha de ser particular para que los números o pies que forman los períodos parezcan nacidos y no forzados


3-ENSAYO  DE  OPINIÓN:

Algo controversial con respecto a la Institutio Oratoria (a la que de ahora en adelante me referiré generalmente con ‘la obra’) de Quintiliano es si representa o no representa una obra de crítica literaria. Habría entonces que empezar precisando que entendemos por ‘crítica literaria’, cuestión para la cual sería oportuno recurrir al consenso general o a alguna opinión particularmente respetable, puesto que intentar sentar un concepto absoluto nos remitiría a infructíferas indagaciones y, a diferencia de lo que ocurre con las palabras y el diccionario de la RAE, aquí no hay una instancia referencial con esa fuerza de institución.
            Así pues, recurriendo a René Wellek y a Austin Warren[1], estos nos dicen que: ‹‹Lo más indicado parece ser llamar la atención sobre estas distinciones calificando de “teoría literaria” al estudio de los principios de la literatura, de sus categorías, criterios, etc., y diferenciando los estudios de obras concretas de arte con el término de “crítica literaria” (fundamentalmente estática de enfoque) o de “historia literaria”››.
            En cuanto al caso particular de la obra de Quintiliano, tomaré la opinión desarrollada en el ensayo Quintiliano y la retórica romana[2], opinión según la cual “los romanos no tenían un concepto de ‹‹literatura›› como el actual”, siendo así que “cualquier reflexión romana ―o antigua― sobre los textos ‹‹literarios›› pasa automáticamente con el mismo anacronismo, a ser  ‹‹crítica literaria››; y la reflexión más sistemática, compleja y rica sobre el lenguaje organizado en la antigüedad es, por supuesto, la retórica”. Ahora bien, si conjugamos lo citado con el hecho de que la retórica de Quintiliano representó la mayor sistematización del corpus teórico que hasta su tiempo se había desarrollado en el ámbito latino, obtendríamos la conclusión de que ésta constituyó, en su tiempo y también después (ya que tras su muerte la antigüedad latina no volvió a producir algo con igual o mayor sistematicidad), la obra de crítica literaria más sistemática de la antigüedad latina.
            Esto al menos según el sentido de ‹‹crítica literaria›› posibilitado por dicho anacronismo. Y digo ‘al menos’ porque hay planteamientos como los de T.Eagleton y Fernández Corte que afirman que dicha retórica clásica no era ‹‹estética›› en el sentido actual sino que era más bien una forma de lo que ahora llamaríamos ‹‹teoría del discurso››. Aquí entonces cabe preguntar: ¿cuál es ese sentido actual de lo estético?, ¿puede afirmarse categóricamente que la retórica clásica no era ‹‹estética››?.
            Responder esto en relación a la retórica clásica excedería enormemente los propósitos de este trabajo. No obstante, focalizándome en Quintiliano, intentaré indagar en la cuestión. Así pues, en relación a la pregunta sobre el sentido actual de lo estético, creo que sería iluso construir un concepto preciso pues en estas materias nunca ha habido ni habrá uniformidad, al menos si entendemos la expresión de dicha uniformidad en términos de conceptos concretos unánimemente aceptados; mas, si en lugar de entender el término en ese sentido lo entendemos en el sentido de tendencias conceptuales predominantes, seguramente si hallaremos un buen grado de uniformidad al interior de las opiniones. Concretando según la segunda manera de entender lo ‹‹estético›› que propuse, creo que el sentido actual del término estaría sobre todo en las líneas que ven lo estético (la experiencia estética) como una experiencia desinteresada (Kant), no utilitaria o también liberadora en tanto que armonizadora (Schiller) de binomios como imaginación-razón o aniquiladora de opresiones como la exterioridad biológica y la interioridad moral; o también (y aquí coinciden multitud de autores, cada uno con su planteamiento) como el producto de determinadas relaciones entre el fondo y la forma. Aunque, si se piensa que ese producto es lo que produce la experiencia estética en tanto que es el hecho estético, se integrarían las corrientes formalistas si concebimos que, en el juego fondo-forma, es la forma lo primordial.
            Dicho esto entonces queda responder a lo segundo, lo cual en el caso que nos ocupa sería: “¿puede afirmarse categóricamente que la retórica de Quintiliano no era estética?”. Ahora bien, en mi opinión la pregunta se puede responder desde diferentes ángulos, siendo que T.Eagleton la respondió basándose en la intención principal (no la única) de Quintiliano. Así, según el ensayo de Quintiliano y la retórica romana, él opinaba de la retórica clásica que: ‹‹era una forma de lo que ahora llamaríamos teoría del discurso, dedicada a analizar los efectos reales de determinados usos del lenguaje en determinadas coyunturas sociales, y para quien la dimensión estética de un texto retóricamente organizado constituía un arma ideológica cuya utilización práctica había que aprender››. Ahora bien, creo que en gran parte T.Eagleton tiene razón aunque considero que si restamos importancia a los propósitos de los procesos analíticos y taxonómicos del texto y nos centramos únicamente en lo que hace de hecho, entonces lo estético cobrará mucha mayor relevancia en tanto que, más allá de sus finalidades, veremos que la obra de Quintiliano desarrolla un cúmulo de preceptos que, si bien casi siempre tienen una finalidad propia de la teoría del discurso, no obstante parten de aspectos estéticos…Esto sin embargo no nos permitirá afirmar categóricamente que el texto es estético; más si que tiene una dimensión estética, la cual según el ensayo citado no fue negada sino considerada como un arma ideológica, de lo cual lógicamente se desprende que T.Eagleton veía el texto como no-estético en tanto totalidad y en virtud de su finalidad como entidad orgánica que bien pudiera incluir a la dimensión estética como una subordinada secundaria y de menor presencia. Así pues, no creo adecuado decir que el texto (Institutio Oratoria) ‘es estético’ o ‘no es estético’, sino que más bien ‘es predominantemente estético’ o ‘es predominantemente práctico y por ende predominantemente no-estético’. Ahora bien, algo indudable es que la retórica (y por ende la retórica de Quintiliano) viene a ser una suerte de metalenguaje que, en el caso de Quintiliano (y de los demás autores…), se ocupa de tratar la adecuada producción de discursos. Pero ocurre que esto que trata es también un objeto de estudio de la ‹‹crítica literaria›› tal cual la concebimos hoy; aunque, evidentemente, es tratado bajo una óptica distinta pues las finalidades actuales son teóricas y las anteriores eran prácticas. No obstante, el hecho de que las finalidades anteriores no hayan sido teóricas no implica que no se desarrollase teoría; y, si como dijimos hay coincidencia en la materia u objeto de estudio, puede entonces ‹‹desprenderse›› del corpus de Quintiliano una propuesta adaptable al panorama actual de la crítica; o, en otras palabras, puede extraerse una propuesta de crítica literaria.
            Dicho esto me propongo ahora partir de los libros VII, VIII, y IX de la Institutio Oratoria para mostrar, en esos libros, algunos rasgos de la propuesta de crítica literaria desprendible de la obra de Quintiliano, particularmente de aquellos rasgos que se ven más en dicha tríada. No iré sin embargo libro por libro sino que analizaré rasgo por rasgo presentando razones y citas cuando sea necesario y del libro que sea necesario; ya que, si se quiere comprobar lo que digo sobre los contenidos del libro, nada más véase la síntesis parcial presentada anteriormente. Entremos pues en materia.

1-Inclinación estructuralista:
Esto se ve en que Quintiliano: a) no se centra en los contenidos per se sino solo en tanto que son importantes en relación a la forma, b) desarrolla taxonomías o categorizaciones a lo largo de toda la obra, particularmente en el libro IX, c) siempre suele analizar a partir de estructuras, elementos, relaciones entre elementos, funciones de elementos y locaciones estructurales de elementos. Ahora bien, no creo que sea necesario evidenciar algo tan evidente y conocido como lo dicho en el punto (b), no obstante (a) y (c) si deben mostrarse. Veamos pues algunas citas para cada elemento, teniendo en cuenta que las citas son extraídas del resumen y no de la obra en sí; el cual no obstante la mayor de las veces conserva palabras textuales de Quintiliano, sobre todo en las cuestiones de mayor importancia.
*Para (a):
1-‹‹El adorno debe variar según el género y la materia a tratar››  Lib1/Capt3
2-‹‹Debe cuidarse lo que se añade, quita y trastorna. Su uso ha de ser según la naturaleza de las cosas de que hablamos››  Lib9/CaptIV
*Para (c):
1-‹‹No basta que estén vaciados todos los miembros de la estatua, sino que tengan la debida unión, la cual, a la menor alteración y mudanza que padezca, resultaría un monstruo›› Lib1/Proemio
2-‹‹siempre que ponemos palabras que ni ayudan para el sentido ni para el adorno, es vicio.›› Lib8/CaptIII
3-‹‹Para ponderar una cosa, no sólo cotejamos el todo con el todo, sino las partes entre sí›› Lib8/CaptVIII
4-‹‹La fuerza que la oración tiene es vehementísima; y cuanto va a decir el expresar un mismo pensamiento con estas o aquellas palabras, otro tanto hace al caso con qué composición se han de unir unas palabras mismas en el discurso del período, o con cuáles se ha de concluir. Cuanto más hermosas sean las expresiones que se trastornaren, ya por su concepto y ya por la elocución, será la oración tanto más deforme›› Lib9/CaptIV
5-‹‹La elocución se considera ya en las palabras tomadas de por sí, ya unidas en la oración›› Lib8/CaptI
4-‹‹La claridad necesita de palabras propias y el adorno de las trasladadas: cuando las expresiones son impropias no puede haber ornato. Ni se ha de usar siempre de expresiones magníficas, sino a veces también de palabras bajas, porque alguna vez éstas dan mayor fuerza a la cosa›› Lib8/CaptIII

2-‹‹Aristotelismo estético››:
Con ‹‹aristotelismo estético›› aludo a la constante actitud preceptiva de Quintiliano de tender siempre al tan aristotélico ‹‹punto medio›› aunque aplicado ya no a la Ética sino a la Retórica; no obstante le llamo ‹‹estético›› porque, a pesar de que los fines de la Retórica son predominantemente prácticos y en ese sentido es como ya dijimos una teoría del discurso, aquí sin embargo es evidente que, aunque se quiera la excelencia del discurso para fines prácticos, no obstante hay una clarísima actitud preceptiva sobre el discurso per se. Veamos algunas muestras de eso:
1-‹‹De las dos opiniones que hay en esta parte (queriendo unos hablar sólo por sentencias y otros desechándolas del todo) no admito ninguna: cuando son muchas, dejan desunida la oración; porque como cada sentencia hace sentido perfecto, comienza después otro de nuevo.›› Lib8/CaptV
2-‹‹En síntesis evítese la repetición de elementos fonéticos, recuérdese que aun las mismas virtudes del lenguaje se hacen fastidiosas, sin el auxilio de la hermosura que les da la variedad.›› Lib9/CaptIV
3-‹‹Siguiendo la verosimilitud, lograremos el aclarar la cosa; y podremos añadir lo que pasa en semejantes lances, aunque no sucediese. El mejor medio para acertar en esto es observar y no perder de vista la naturaleza. La elocuencia se versa acerca de las acciones de la vida; y lo que uno oye lo acomoda a su condición natural.›› Lib8/CaptIII
4-‹‹Su moderado y oportuno uso hace clara la oración, el frecuente no sólo la obscurece, sino que la hace enteramente fastidiosa, y continuado viene a dar en alegoría y enigmas.›› Lib8/CaptVI
5-‹‹El mayor esmero consiste en que no parezca que se ha trabajado con estudio›› Lib9/CaptIV

3-Trascendencia del precepto:
A pesar del carácter sistemático y predominantemente preceptivo de la Institutio Oratoria, vemos que Quintiliano, que postula tantas reglas, es en el fondo un conocedor profundo de aquello que trata en tanto que es consciente de que las reglas son una mera racionalización normativa en torno al objeto de estudio. Así pues, Quintiliano deja claro que la racionalización de las reglas tiene sus lagunas o excepciones, sus límites; además de que, como bien se sabe, la regla es un elemento metalingüístico que si bien tiene una finalidad operativa tiene no obstante un sustento teórico erigido sobre la naturaleza del objeto o materia que trata, la cual en este caso trasciende el metalenguaje preceptivo en tanto que en ciertos casos el juicio artístico o criterio de creación no puede ser dado por esta y queda en manos de la racionalidad del creador o, en sus extremos, en manos de lo que Quintiliano llama, en cierto contexto, “la naturaleza”. Veamos.
1-‹‹También es demasiada superstición dar la primacía de orden a las cosas según el tiempo de cada una de ellas, ya que a veces son de más consideración las cosas que han sucedido antes, y por lo tanto se deben contar después de las de menos importancia.›› Lib9/CaptIV
2-‹‹Hay cosas para las cuales no hay regla: así, si pudieres tal vez discernir qué es lo majestuoso y  lo agradable, lo harías mejor si te gobiernas más bien por la naturaleza que por el arte, pues en la misma naturaleza hallarás arte›› Lib9/CaptIV
3-‹‹Esta prudente disposición se consigue con el ingenio, instrucción y estudio. Es necesario no ir atenido a solas reglas, sino a lo que dicta la naturaleza, procurando convertir en sustancia los preceptos del arte para que parezcan en nosotros, no como cosa enseñada, sino natural›› Lib7/CaptI


4-El receptor como instancia determinante del juicio:
Sabemos que generalmente Quintiliano recomienda el uso o no uso de tal o cual elemento en función de sus relaciones estructurales y de los efectos que tendría sobre la estructura en la que se inscribiría en caso de usarse. Ahora bien, uno puede pensar que siempre que se decide usar o no usar un elemento en un sintagma o estructura ocurre lo siguiente: a saber, que por una parte se genera un efecto al interior del sintagma (efecto estructural del uso del elemento) y por otra parte quedan establecidas, a partir de la inclusión de dicho elemento en el sintagma, las condiciones necesarias para que en tal o cual receptor (según su tipo) se genere tal o cual efecto psicológico y tal o cual lectura. Dicho esto quedará claro a que me refiero cuando digo que en ciertos casos Quintiliano recomienda usar tal o cual elemento según el efecto psicológico que tenga en el receptor. Aquí sin embargo podría presentarse la objeción de que él se basa en el efecto estético o en la naturaleza de experiencia estética que tal o cual elemento podría desatar para así recomendarlo o no; pero, si se piensa en la experiencia estética como un cierto tipo de experiencia psicológica y en la experiencia psicológica como en algo que puede implicar tanto lo puramente mental como lo emocional, entonces se podrá pensar en la experiencia estética como psicológica sin peligro de incoherencia, razón por la cual la polémica se disolvería. Veamos ahora algunos ejemplos de dicha actitud.
1-‹‹Las escogidas y las que están fuera del vulgar estilo son por lo tanto son más excelentes, mas así como por su novedad excitan la atención, así fastidian con el mucho número.›› Lib9/CaptIII
2-‹‹Es una especie de versificación el observar en todos los discursos una misma regla: esto causa tedio y fastidio por afectado y monótono›› Lib9/CaptIV

6-Racionalismo estético:
Por ‹‹racionalismo estético›› entiendo una posición teórico-normativa que postula a la razón y a sus conceptos y categorías como instancia suprema y hasta a veces única a la hora de emitir el juicio estético o tomar tal o cual decisión creativa sobre tal o cual obra en cuestión. Aclarado esto no creo que sea descabellado pensar en Quintiliano como un racionalista estético o, nietzcheanamente hablando, como postulador de una actitud absolutamente apolínea en el terreno de la creación. Y es que nuestro autor parece detentar la típica concepción griega de la belleza matemática o geométrica. Postula en consecuencia el seguimiento de aspectos como el orden, la claridad, la armonía (u “unidad en la diversidad”, como la definió Leibniz) y todos los sub-aspectos que de aquellos se puedan desprender por descomposición o aplicación. Veamos algunas muestras de dicha actitud.
1-‹‹En toda composición deben necesariamente concurrir estas tres cualidades: orden, unión y armonía.›› Lib9/CaptIV
2-‹‹Tengo por la principal virtud la claridad, la propiedad de las palabras, el buen orden, el ser medido en las cláusulas y que ni falte ni sobre nada.›› Lib8/Capt2
3-‹‹Porque toda figura sería vicio si fuese casual y no buscada con estudio Lib9/CaptIII
En toda composición deben necesariamente concurrir estas tres cualidades: orden, unión y armonía.›› Lib9/CaptIV


Finalmente creo que tras todo lo anterior es ya adecuado emitir opiniones sobre la actitud de nuestro autor. Ahora bien, si vamos a hacer esto debemos considerar que tanto la poesía (verso) como la oratoria (prosa) se englobaban para Quintiliano (al igual que para Cicerón y Tácito) en lo que era la eloquentia, siendo así que ésta última era como la más práctica en relación a la poesía (pues cuando Horacio dijo que el poeta quería agradar y decir cosas útiles para la vida estaba dándole una dimensión práctica). Así pues, si era la más práctica y si además consideramos que actualmente y muchísimo más aún en aquel entonces la prosa siempre ha estado más ligada a la racionalidad que la poesía, veremos que en su contexto fue absolutamente acertada la actitud racionalista de Quintiliano, a lo cual se unió el mérito de la sistematicidad y de la tendencia estructuralista en tanto que, como ya dejé claro atrás, el que Quintiliano haya tenido sobre todo (no únicamente) una finalidad práctica no quita que haya tenido también fe en la oratoria como un arte ―él no creía que la utilidad impedía la belleza, lo cual es verdad en el plano del objeto (que puede servir tanto para la desinteresada contemplación como para la utilidad) más no del sujeto (pues el sujeto no puede al mismo tiempo usar y contemplar al objeto)―y que haya aportado con una enorme contribución teórica que no solo que aún hoy en día puede ser útil para entender tales o cuales mecanismos del discurso (a pesar de que él no los haya explicado con la mira teóricamente contemplativa del griego) sino que también y sobre todo nos ha permitido una gran comprensión de lo que para el romano era entonces retórica y para nosotros es ahora (al menos en gran parte y desde cierta perspectiva) literatura.


4-CONCLUSIONES DEL TRABAJO:

Repetir aquí las conclusiones del ensayo sería una pérdida de tiempo. Así, me limito a comentar que cuánto ha desarrollado este trabajo muy probablemente (o seguramente…) ya ha sido dicho anteriormente. Creo sin embargo que es muy interesante observar que éste tipo de estudios son en cierto grado y medida metalenguajes de segundo nivel en el sentido de presentar un metalenguaje cuyo lenguaje-objeto es otro metalenguaje. Por otra parte, creo importante mencionar que lo que se ha dicho en este trabajo es en gran parte creíble en la medida en que no se ha optado por usar el corpus de herramientas conceptuales de tal o cual movimiento crítico (como el marxista, por ej), lo cual, tras no tener nada más que agregar, me lleva a cerrar con la observación de que todo movimiento teórico tiende a distorsionar la realidad sobre todo en la medida en que tiende a reducirla. Así, al menos queda la tranquilidad de que hemos sido lo más fieles posibles a la realidad conceptual que representa Quintiliano en la esfera de los estudios literarios.


5-FUENTES:

2)      La Teoría Literaria en Roma
3)      Teoría literaria de Wellek y Warren
4)      Institutio Oratoria de Quintiliano.

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