Acababa de salir del Palacio de Justicia cuando de pronto se topó con el abogado Juan Valdez (se llamaba como el del café, por eso Óscar a veces le decía el cafetero...), un viejo amigo con el que había cursado el colegio y la universidad.
—Óscar, creo que te vendría bien contratar un guardaespaldas, después de haber endurecido tanto las leyes, podrían estar planeando matarte.
—Descuida, a mí no me va a pasar nada. Todo saldrá bien. No hay que ser negativos.
—No es negatividad, Óscar, es prudencia. Está bien ser optimistas pero tampoco al extremo de volvernos como Leibniz y creer que estamos en el mejor de los mundos posibles…
—Vamos, no exageres Además: ¿Qué si me matan? Morir por una causa justa vale la pena. De todas formas, sé que no me pasará nada…Dios siempre me anda cuidando. Bueno, me disculparás pero tengo que ir a dictar clases. Si quieres vamos hablando en el camino.
—No, yo también tengo que hacer algunas cosas. No más quería prevenirte, pero ya veo que sigues tan necio como siempre. Bueno, hermano, que te vaya bien.
—Igualmente, chao.
Al día siguiente, mientras revisaba exámenes a las once de la noche en el escritorio de su casa, Óscar tuvo el antojo de inspeccionar el vecindario con sus binoculares. Vio entonces, desde uno de los balconcitos de su apartamento, que en aquel callejón solitario de la izquierda del edificio en que vivía, dos pandilleros estaban abusando de una joven que aparentaba unos 18 años aproximadamente: el uno le tapaba la boca, el otro estaba empezando a desabrocharle la camisa.
Al parecer, si no hubiese sido por Óscar, nadie los hubiese pillado (no había nadie a esas horas por la calle). Así pues, Óscar se sintió en el deber de hacer algo.
Furioso, experimentó uno de aquellos irrefrenables impulsos que de vez en cuando asaltan a los sagitarios. Tomó entonces las dos pistolas (tenía permiso para portar armas) que tenía guardadas y salió a toda prisa a hacerles frente a aquellos dos maleantes.
Se sentía como el anciano protagonista de la película Gran Torino(película que acababa de ver), la sangre hervía en sus venas: no sabía qué era capaz de hacer. Antes se había enfurecido pero nunca tanto, por eso sintió que la ira le arrebataba una parte del libre albedrío…
— ¡Al piso, hijos de puta! —vociferó mientras les apuntaba a unos ocho metros de distancia—¡Rápido o les vuelo el seso, miserables!
Los pandilleros entonces, en un movimiento veloz, intentaron sacar sus pistolas para dispararle a Óscar. Óscar sin embargo tuvo mejores reflejos y logró dispararles justo en las manos (en su juventud practicaba tiro al blanco): los pandilleros gritaron, agonizaron, se retorcieron en el suelo contemplando como en lugar de manos —primero les disparó en las manos de la derecha, luego en las de la izquierda— tenían ahora dos amasijos de carne molida…La chica entretanto había escapado de la escena.
Óscar, por su parte, se propuso seguir allí para vigilarlos hasta que la policía viniera.
—¡Nos las pagarás, anciano! —exclamó uno de los delincuentes
—Cállate, hijueputa, tú y tu novio no tienen derecho a vivir—respondió Óscar, luego de lo cual le pateó la rodilla.
—¡Aaau! —gritó el delincuente mirando a Óscar con rencor—
—¿Te duele? Ooooh, ¡ajajjajaaj!: mejor que te duela, ameba
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Finalmente la policía vino y se llevó a los dos pandilleros. Eso sí, lo de las manos se pasó por alto: Óscar era muy respetado por la policía, era una especie de Charles Bronson…
Pero pasaron las horas, los días, las semanas…Y era una tarde fresca, justo dos meses después del incidente de los pandilleros. Parecía la tarde perfecta hasta que de pronto, a eso de las cinco y media, la bala de una pistola con silenciador (pues el ruido del disparo no se había oído) rompió el vidrio de la ventana principal del apartamento de Óscar.
—Carajo, a mí nadie me jode—se dijo a sí mismo tratando de tranquilizarse—
Pero no pudo controlar los nervios: llamó a la policía diciendo que estaba sufriendo una persecución, incluso llamó a su amigo Juan:
—Juan, creo que me están persiguiendo. No sé si se debe a lo de los dos pandilleros que pesqué o al endurecimiento de las leyes del que fui responsable o a ambas cosas. Lo que sé es que me persiguen y que en cualquier momento me joden. No le he dicho nada a nadie de mi familia para no preocuparlos pero a ti siempre te cuento todo. ¿Qué me recomiendas? Algo he de poder hacer para parar a estos malditos.
—Diablos, Óscar, no sé qué decirte. Odio tener razón en este tipo de cosas. Déjame pensar. Mmmm, ya sé: mira, contrátate uno o dos guardaespaldas. Hazlo: no te falta dinero y tú vida está en riesgo. Tienes que hacer algo aunque te cueste billete.
—Lo haré, Juan: ahora si te haré caso. Pero igual, no sé si con eso baste, esos maricones son capaces hasta de ponerme francotiradores. Algo más tendría que hacer. Quizá pueda contratar un inspector para ver si averiguo donde se esconden esos gusanos.
—Buena idea, hermano. Así podrías tomarles la delantera
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Domingo, 14 de Junio de 2009/Tres de la madrugada/Lima:
—Por Dios, Óscar: ¡Son las tres de la madrugada! ¿Por qué me despiertas, hermano? ¿Pasa algo grave?
—Si: nuestra hermana acaba de morir… la mataron esos hijos del diablo. Hay que hacer algo, hermano: ¡no podemos dejar que esto quede así! —Dijo Óscar sacudido por una amalgama de rabia y dolor—
—….
—Es en serio, Raúl, la mataron. Desde hace meses me persiguen. Debí advertirles pero quería asustarlos y por eso me callé. ¡Qué imbécil soy! Debería estar muerto por ser tan idiota. Ojalá puedan perdonarme—dijo casi llorando—
—No es tu culpa, Óscar—dijo Raúl con la voz fúnebre de quien en su perplejidad aún no es capaz de asimilar una muerte y llorar—
—….
—Necesito pensar, asimilar el hecho y llorar a solas. Te dejo, es mejor que lo haga antes de que empiece a sollozar por el teléfono.
—Espera, quería decirte que esto no quedará así. Yo me encargaré de que paguen lo que han hecho. Contrataré sicarios e investigadores. Haré cuanto sea necesario. Les arrancaré las entrañas a esos vómitos infrahumanos que jamás debieron nacer—dijo Óscar en un tono de progresiva inflamación de odio—
—No, Óscar, mejor dejemos que la policía se encargue de esto. No quiero que termines en el infierno por culpa de unos tipos que ni siguiera igualan a los animales.
—No terminaré en el infierno: si hay un Dios es perfecto y reconocerá que mi venganza es justa. Bueno, ya te dejo, un abrazo—dijo Óscar con la voz quebrada de tristeza—
Miércoles, 17 de Junio de 2009/Cuatro de la madrugada/Lima:
—Qué tal, señores: ¿ya aniquilaron a esas bacterias?
—Claro, don Óscar, los volamos en mil pedazos con el lanzacohetes que nos consiguió. Aquí el compadre Edgar le gravó el video de la aniquilación. Es genial, don Óscar, hasta se ven los miembros desperdigados junto a las ruinas en llamas: es la obra de un artista. Ya sabe pues, nadie nos supera. Eso sí, confió en su palabra así que mañana vamos a retirar la otra parte de la paga.
—Pero claro, Rómulo, usted venga no más que aquí le tengo el billetico como pan caliente. Con gusto se lo daré después de haber despedazado a esos hijos de su puta madre
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Mucho tiempo después, en un 16 de Abril del 2013, Óscar, que luego de perpetrar su venganza huyó a Madrid para evitar una posible respuesta ante aquella venganza, paseaba con aires de autosuficiencia y libertad luego de haber ganado un decanato en la Universidad Autónoma de Madrid.
Nada en esos días le preocupaba, a pesar de que un jurista español amigo suyo le había dicho hace aproximadamente una semana que ya era la tercera vez que veía a un barbón alto con gafas siguiéndolo por la calle.
“Debe ser algún marica. Cuando se me declare le diré que no”, le había dicho Óscar bromeando. No obstante algo en su interior le decía que algo no estaba bien; pero Óscar, ciego en su afán por eludir la preocupación, había preferido engañarse con falsas reflexiones sobre el posible peligro de que lo anden buscando, o, por último, simplemente no pensaba en ello.
Tranquilo pues, recorrió en ese día varias avenidas, picoteó dulces en varios puestos de comida y, en su dicha, se mostró indiferente ante la llegada de la noche.
Así pues, siguió caminando y reflexionando hasta que de pronto, pasando en frente de la catedral, recordó aquellos días de infancia en que sin tener aún las manos manchadas de sangre iba a orar con su abuelita cada mañana de domingo a la catedral de Lima. Fue entonces que al recordar su pasado estado de comunión con Dios una culpa enorme le azotó el alma. Sintió entonces la necesidad de orar para ponerse aunque fuera por breves momentos en los brazos de aquél hermoso padre compasivo.
Un Padre Nuestro, un Ave María, dos Padres Nuestros, de pronto se voltea creyendo oír alguien más en la inmensidad de aquella catedral que parecía estar abandonada en aquellos momentos: no hay nadie…
Sigue orando: con fe, con devoción, con lágrimas de contrición. Siente de pronto una vibración en su bolsillo: es su celular que vibra por el mensaje de un desconocido del cual Óscar no tiene idea de cómo abra conseguido su número. Lo lee, lo lee con una mezcla de espanto e incredulidad:
<<Pobre diablo, pobre jurista sarnoso… ¿Eres Óscar Pereira? Sé que si, maricón… ¿Quieres saber quién soy yo?: Yo soy la muerte que viene a buscarte en la figura de una bala. Ahora te tengo en la mira, pronto saldré por la boca de un rifle de francotirador. ¿Tienes miedo? Sé que si, de nada te sirve huir: estás perdido…>>
Óscar entonces supo que lo habían encontrado. Juan Valdez había querido hacerle entender que Madrid no era un lugar seguro, pero él, en su ingenuo optimismo, no quiso entender.
Volteó, oyó a lo lejos la detonación de un rifle, sintió el dolor inmensamente breve y agudo de una bala entrando en su frente: todo se tornó negro…
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