domingo, 1 de mayo de 2011

Snow and Ten Black Roses




1-Inútil refugio

En torno a un cráneo la nieve danza,
la esperanza ―gaseosa y lumínica esmeralda―, la luz
conserva en su belleza frágil.

A lo lejos una estrella erige castillos
sobre probetas calcinadas;
aquí ―suelo de cuadrados grises― solo hay
un cráneo que dispersa sus alaridos
inaudibles en la sequedad de la penumbra;
aquí solo hay relojes enloquecidos
y límites imprecisos;
dos flamas verdes en las cuencas
de un cráneo,
dos áureas palabras en que la vida
se atrinchera:
         
 Arte            …..              Filosofía

¿Pero y las rosas?, ¡las rosas!

Las rosas ya no crecen:
no…


2-La mariposa negra

Mariposa de las sombras, veneno
de la primavera:
¿Qué malditas pulsiones guían tu interminable
vuelo de corrupta hada?
¿Qué perverso y hábil escultor pudo, en el ocaso
de la plata, tallar tu corazón de roca?
¿Cuántos ojos no se derriten, bajo tu signo amargo,
en las noches del ácido que roe la bondad humana?

Tu nombre ―negra estaca que la luz absorbe― es ese
estanque sin fondo en que innumerables Venus
se pasean portando fuego en el útero y hielo
en el pecho:
todo lo puro naufraga en tu mirada;
mil bibliotecas de Alejandría rondan espectrales
en tus incendios sin termino;
los resplandores del diamante tienen para ti
el sello de una idiota utopía;
madre de mil muertos, señora de la podredumbre
de rosa enmascarada;
no hay ángel que pueda redimirte:
nunca verás la faz del sol…


3-Gusanos que brotaron de una rosa muerta

El odio es un borracho al fondo de una taberna,
que constantemente renueva su sed con la bebida[1]: :

“El odio es el gusano de las rosas imperfectas”,
tendrían que decir esos fantasmas que
rondan en las cumbres
del gris que nace del rojo ennegrecido;
pero sus ojos están cocidos,
pero su templo está en ruinas;
y como eternos Prometeos a un peñasco atados,
perecen cada día el picotazo de su propia águila:

¿Qué Heracles los salvará? ¿Qué sol los mantendrá?

Atados al jardín de sus flores grises
buscarán quizá el vino de Baco
para enfriar sus llagas;
pero un eco más fuerte que
sus ideales los vestirá de lepra
hasta el final de sus días;
y como pálidas sombras que cadenas arrastran,
sangrarán bajo el sol de un desierto sin fronteras.

Y así, rebotando como un eco enfermo en las
paredes de una vida que desciende,
rondarán como amargas siluetas del desespero
con el canto de las moscas en donde
antes yacía un corazón;

Con los ojos negros, negros de tanta luz ahogada
entre sangre de rosas que no fueron;
con la frente marcada, marcada por un sello
do se lee “este es un hombre muerto, un
infame hombre muerto”:
así caminaran, así se arrastrarán por una vida
que ya no es vida…
los cautivos del odio,
los gusanos nacidos de las rosas
que La Noche devoró.


4-La falsedad del rebaño

Ver al rebaño estrangular nardos en el fango;
ya no “nardos de angustia dibujada” sino
‘nardos de pureza desdibujada’; escuchar que se llama
‘locura’ a la luz y ‘luz’ al cieno,
y ver las mismas…las mismas atroces correderas del hombre
 tras la nada;

Verter los nematodos de la misoginia en la raíz de una rosa,
aniquilar con el desprecio los templos de Eros
y descubrir con la lupa de la misantropía
el nihilismo del vox populi;

Y sentir, con toda la nausea que entraña
existir y saber que Eros y todos los ídolos no son
más que otras formas del vacío:
el festín de los buitres en el hueco salón
del alma,
las masacres cotidianas de los credos
heredados,
y el hedor―sofocante, vil, punzante―de aquella
paridora de monstruos
que es La Rosa Enferma.


5-Matrimonio eclesiástico

Entonces los títeres enmascarados
sostenían crucifijos en
las manos mientras el hombre del monolito
los declaraba marido y mujer
y los autorizaba para
fornicar con el consentimiento
de La Luz;

“Puedes besar a la novia”, dijo el hombre
del monolito mientras en el
cuadrado negro de su mente ardían y ardían
en el infierno aquellas serpientes
réprobas que osaron enredarse sin licencia
papal.

Él la besó, ella lo besó; y los títeres
aprobaron su unión mientras
un titiritero judío los controlaba tras
el manto difuso de las genealogías;
y las genealogías, unidas por esas
cadenas de sinagogas que encadenaron
el cuerpo de Cristo a las raíces
sangrientas de un enjambre asesino,
sonrieron complacientes
en tanto los doce tronos de hueso
resplandecían de forma siniestra allá
en el origen de la esclavitud moral.

Él salió de la iglesia, ella salió con él;
caminando juntos por la niebla de los prejuicios,
caminando juntos hacía el mismo lecho de fango
o de pétalos en el que tantas veces
habían bailado el ritmo de las serpientes
sin el consentimiento de La Luz;

Ellos creyeron amarse, ellos aún creen que hubo fuego.

Hoy los engendros de su concupiscencia
alimentan las filas de La Bestia Humana mientras
ellos deambulan por los callejones de la
amargura tocando melodías de rencor
y rabia en sus flautas de desengaño:

La flor que los unió
aún emana pestilencias que erosionan
el techo de las catedrales;
ellos, con el alma enjuta tras la muerte
de su flor, aún limpian el piso
de la iglesia con sumisa humildad…


6-Mendigando flores

No preguntes a la noche
por qué estas gaviotas de fuego volando
sobre el pantano,
por qué estos días que palidecen
frente a esa puerta azul
o por qué esta tristeza levanta
castillos grises en que
los luceros naufragan en las ventanas
y su luz no consigue abrir
los párpados cocidos
de la vieja penumbra:
no.

No porque solo hallarás
a un niño desorientado vagando
por helados laberintos,
con las manos colgando de la rosa
del silencio y los latidos
suspendidos en un
gesto de incesante
atardecer.

Sin saber quién es,
sin saber quién fue;
responderá tus dudas mirándote
desde el centro de su devastación;
exponiendo su racimo de fresquísimas
crucifixiones y antiquísimas
ciudades de cristal pulverizado
en las espirales de la sangre;
sus geometrías de verde demacrado,
sus galerías de espejos cubiertos
por la brea
del autoreproche.

Mas no te culpará por las langostas
que aniquilan sus campos
o por los lobos que devoran estrellas
en el invierno de su corazón:

Él solo se arrancará la cara para
mostrarte la agonía de sus
ojos negros sobre ese fondo
blanco y plano como la muerte;

Reducido a un saco de alboradas muertas,
llorará con amorosa sonrisa
y extenderá sus manos escarchadas
para obtener un poco
de tu luz…


7-Estigma de desdicha

Niñitos ahogados en alcohol
relumbran tristemente en el foso
de mi alma:
¡oh la noche cubierta de espinas!
¡oh tu nombre ahogado en el estanque!

Las flores que ardieron en la penumbra
ya jamás se apagarán:
mil espadas implacables adornan
con llanto de alaridos las
catacumbas do mi paz calló;

Tú me transformas, tú arropas en tinieblas
las llagas de mi ser
y estrujas cual sangrante fruta
este idiota corazón:

A tus pies de nácar la vida―esa vieja puta―
se desnuda y muestra sus arrugas,
su intimidad mil veces
atravesada por la pétrea y maloliente
ausencia de los astros-ideales
que las ratas devoraron…

¡Oh, amor, que cruel, que real, que negro
y crudo es el mundo que tus blancas
manos me revelan!

En tus ojos verdes como la enfermedad
encuentro el placer
de morir entre espejos
que me niegan:

¿Serás tú, seré yo?
¿Serán los cuervos que no dejan ver al sol?...

No es tu rostro ni es el mío.
Disueltos, los espejos, en negros riachuelos
transformados un camino
han marcado: brillo de degollaciones perpetuas,
roja luz de alas trituradas al
final de la alcantarilla;

Ideogramas de una ley impasible bailan sobre
la roca de los siglos:
¡oh maldita, maldita fatalidad!


8-Entre tus manos asesinas

Dime acaso si soy algo más que el despojo
de tus manos titirizadas
por el monstruo de una vida que no comprendemos;
si viví, si viviré, si vivo,
o si no soy más que el reo de una larga pesadilla;

Y es que en mis noches de insomnio aborrezco
cuanto me refleja, cuanto me dice
que tus blancas manos aún deforman mi nombre
abominable entre las ascuas
del desprecio.

Huyo de mí mismo, huyo de mirar la
esencia-‹‹raíz de mi condena››;
la naturaleza que El Escultor
me dio y que los hombres me enseñaron
a aborrecer:

“El que me ve me hace ser, soy como él me ve”,
dijo Sartre alguna vez:
mírame entonces, oh dulce contaminadora de este
laberinto en que me muevo, en que
me arrastro sin encontrar
otra cosa que mi rostro multiplicado y destrozado
sobre el suelo enmohecido;
mírame pues, oh ángel de mi enfermedad:
mírame como a la nada,
como a aquello que fue y ya nunca será:
quítame, bórrame: de esta existencia que pintaste
con los inviernos sin término
que me asedian al dormir;
de esta infame y verde charca―remedo del infierno―en
que hiede mi leproso nombre…


9-Tu luz se ha ido y soy un hombre muerto

Camino por la noche buscando
tus huellas mientras los ecos
de mi sangre retumban en mis
oídos:

Siglos ha de mi muerte
y aún oculto mi rostro
de la luz;

Siglos ha que olvidé si soy un hombre
o un montón de barcos derrotados
y dispersos sobre el vasto mar
de la miseria;


10-La casa está vacía e imagino tu sombra en la pared

Como un grito inconmensurable
en medio de la inmensidad;
así mi llanto silencioso
se pierde en el azul firmamento
mientras las tarántulas
que siempre me acompañan se aglomeran
sobre mis sueños muertos
y yo pronuncio tu nombre para solo oír
el eco de mi voz mil veces ahogada
en las oscuras aguas de esta soledad
que me recorre y deforma
hasta no ser más que una sombra colgada
entre la vida y la muerte.

Rescátame. Sálvame. Líbrame
del perpetuo descuartizamiento de vivir con
el corazón suspendido en la lejanía
de aquellas estrellas que tantas noches han pintado
tu rostro amable en mis aguas
siempre azules y sin fondo.

Dime que vivo, dime que soy un hombre
y no un montón de cenizas
perdidas en el turbio río de la vida.

Dime que no he muerto, que no he muerto todavía;
que lejos, tras las nubes grises que
penden de las horas vividas, se oculta el sol,
se oculta la luz por la que tantas tardes
de entre mis escombros he despertado,
agitadamente he despertado con ansías de cortar
las cadenas que labró mi propia oscuridad.

Dime que vives todavía,
oh dulce ángel de mi enfermedad,
que vives todavía y
que no pereceré tocando las puertas
del cielo que alguna vez
habité.

Hazme saber que me escuchas, líbrame
de creer que no soy más
que un fantasma, que un gris fantasma
que escribe tu nombre en
las paredes de abandonada madera do
una pálida luz murmura,
en el atardecer murmura
“es tu rosa ya azul”…



[1]‹‹El odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida››, Baudelaire

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