jueves, 14 de abril de 2011

Los poemas de mi amigo


Introducción de Booster: Hace apenas unos tres días vino a mi torre un viejo amigo que tengo allá en Nimbus Land. Ya saben: un man perteneciente a la misma raza del príncipe Mallow. Aunque bueno, no es tampoco un habitante cualquiera pues es amigo de Mallow y miembro del consejo del rey de Nimbus Land. Se llama K y, como principal pasatiempo, escribe. El punto es que el tipo ese, en la última visita que me hizo, entre otras cosas me dijo: “Oye, ¿crees que podrías publicar mis viejos poemas en tu blog? En estos momentos tengo que cuidar mi capital y no quisiera gastar en una publicación impresa. Además, la verdad es que pertenecen a una etapa literaria que ya superé y, aunque sean lo mejor de esa etapa, no me enorgullezco mucho de ellos”. Ya sé que se imaginan la respuesta del buen Booster: le dije que sí. Aunque obvio: si los poemas hubiesen estado malos no se los hubiese dejado poner ni por diez KerokeroCola. Para acabar les cuento que, antes de irse, mi pana me chismeó que, hace apenas unos dos meses atrás, lo habían invitado a presenciar, en condición de crítico-cronista, un campeonato de luchas en el mundo de Smash Bros ―mundo que incluye los submundos de los tres Smash: el de N64, el de NGC y el de Wii, aunque el campeonato era en el último de aquellos―. El punto es que, en una conversación que tuvo con Zelda en el salón del hotel Waters of Hylia (el hotel en que se hospedaban la mayoría de invitados al campeonato), Zelda le contó que un guardia hylian, a las dos de la madrugada, había visto a Luigi fumando marihuana en las afueras de un burdel de mala muerte. ¿Qué carajos le habrá pasado a Luigi para que caiga en esos pasos?...Según me contó mi amigo, Zelda dice que el guardia osó preguntarle a Luigi que le pasaba y todo lo que Luigi respondió fue: “Casi todo el mundo prefiere a mi hermano, yo soy solo como una sombra suya. Además la vida, loco, ¡la vida! Es tan vacía…incluso si tienes todo lo que yo tengo. Mírame nada más: soy un maldito actor, mañana tendré que volver a amanecer con una sonrisa en la cara, tendré que volver a fingir que nada pasa y que soy el feliz Luigi. ¿No es eso asqueroso? Obvio que sí, ahora ten 1000 rupias, lárgate, no te quejes y sonríe… o te quito las rupias”. Supongo que, si Luigi se entera de este post, de ley que va a venir reclamarme…Con todo, yo sabré cómo calmarlo. Y ya, ya no hablo más y los dejo con los poemas que mi pana me dejó:



A una víctima del mundo

Luz y sombras en tus ojos combaten:
es tu alma una palestra de ángeles y demonios;
un barco sin rumbos predecibles
en que los vientos todos se debaten.

Dentro de ti conviven la noche y el día
como dos hermanos fratricidas:
De la confusión en ti yacen erguidas
las flameantes banderas abismales;
lluvias tenues en que el Ángel de las Sombras
alimenta tus fuegos animales.
Ciego el <<ojo celeste>> de tu frente,
deja tu alma en la lid de la batalla
sin el arma de un dios que te acompañe…


Asedio de las sombras

La oscuridad me asedia:
¿Dónde fue la luz del día?
¿Dónde quedó esa llama que ardía
dulcemente en mi interior?

Las sombras van y vienen
por las calles de mi alma;
mil espinas de tormento la calma
me arrebatan, y tienen,
mis lamentos, la voz de un alba
sepultada a medianoche…

Las campanas de mi catedral
hundida retumban
con un eco ronco y sepulcral:
me acusan, me atormentan,
me llaman a morir,
me incitan a destruir,
me acusan, me atormentan…

Hay huesos de ángeles
en todas mis esquinas,
profetas muertos hablando
en mis mezquitas,
las imágenes del Edén
yacen hundidas en el gris desden
de la desesperanza.

¿De que color
es el significado de mi dolor,
oh Dios?

¿Son las gotas de cristal
que derramamos, hoyos de luz
en nuestra noche espiritual?


Contemplación nocturna

El níveo y puro resplandor lunar,
derrama escarcha de amor sobre mis manos:
Selene, como una reina, en su lugar
de paz y de misterio tiene un trono
de marfil,
y esparce, sobre el cielo de abril,
sus nacarados hilos siempre arcanos.

Yo la contemplo y ella
maquilla de plata las mejillas
de Nicte que, más bella
que nunca, me guiña
sus innumerables ojos
de zafiro rutilante,
y yo, en un instante,
renazco entre los astros.


Retrospectiva

Soñé un ave de cianuro
sobre el pecho de la muerte,
y era mi vida un oscuro,
un oscuro padecer…

Soñé la llave del Bien
entre ojos grises sepultada,
y era mi vida un castillo,
en la nada suspendido…

Soñé que el sol del alba
en mi mirada ardía,
y era mi vida una
perpetua, muerte del día…

Y desperté, frente al espejo,
de soñar que soñaba,
y en las calles siniestras
mi cuerpo velaban.


El secreto de la ancianidad

Mi árbol descansa al borde
del silencio:
¿Oye el mundo el eco de mis pasos?...

Todas las mañanas me sumerjo
en el río del olvido,
cada día un poco más…

Yo testimonio la obra de Cronos
y la muerte de Eros;
yo, yo que solo bebo el agua
de la vida entre ruinas desfiguradas por el viento
y anegadas por la niebla;
yo que guardo el oro de la experiencia
y moro, quebradizo, en la cima de la decadencia.

Yo aguardo cada noche
el carruaje de la muerte
y me agito atormentado
entre páramos sin vida:
yo, que tanto he caminado,
se que de nada vale la vida…


Alegría…

La aurora de la alegría
se escurre entre mis manos.

Ella baila al otro lado del muro,
besa las casas que Dios contempla,
corre entre fuentes cristalinas,
canta entre nardos de inocencia
y pastos de prosperidad.
Ella abraza a los amantes
y a los niños, duerme en la esperanza,
celebra en los laureles,
florece en las miradas blancas
y en las manos que se estrechan.

Yo bebo fango debajo de su sombra.


Abatimiento

Como la rosa que gime bajo el yunque,
como los campos de La Fe bombardeados
por los moscardones amarillos de La Razón,
como un grito que rebota entre n paredes
y consigo mismo se estrella para estallar
en un inaudible alarido de sangre ahogada:
así me veo, hoy, en esta
agua verde de incompletas verdades…

Hoy he mirado mis huellas
desde el triunfo elevado a la -1,
he visto un elefante de estiércol
con cara de cerdo;
lo he visto a los ojos y me ha dolido,
lo he visto a los ojos y sentido el peso
de la vida, de mi vida…

Hoy he sentido que el suelo
se convierte en gas y el aire se adensa,
dura prisión de plomo, hasta molerme los huesos;
hoy he visto una estrella
danzando en un pantano:
me ha dolido el corazón,
me ha fallado la razón…

Hoy, en resumidas cuentas,
he visto a Sísifo en el espejo…


Frustración

Una paloma agoniza sobre
gusanos de humo:
¿Qué esperanza podrida arde
en la medianoche del entusiasmo?
¿Qué mares de lava
nos alzan al filo del rencor?

En las trincheras de la rabia
resistimos el ataque de la resignación.

Algún río de escoria fluye
en nuestro corazón mientras la memoria
dibuja el pan que no fue;
alguna blasfemia surge del fondo
de nuestros mares, trepa nuestros acantilados
y levanta un puente de hueso entre Dios y nosotros.

Y el fuego y las tinieblas conviven
en nuestro pecho arrugado como dos hermanos,
patean el trasero de las Parcas
y tuercen el tiempo hasta hacerlo circular…


Decadente

Todos los días adora
serpientes sobre
el rostro blanqueado de la sociedad.

Su mirada transparente tiene
el aroma de las águilas
y sus manos sucias la blancura
de los nardos.

Algunos dicen que es Diógenes
que ha regresado;
yo solo sé que donde él habita
no hay nubes,
que su dios no porta
cadenas,
que cuando es mediodía
se refugia en su torre de marfil,
que en su alma
siempre es de día
y que sus lágrimas son
la lumbre del viejo callejón…


Discurso nocturno

Pétalos de sombra caen sobre la nieve infausta de mi soledad.
En el ojo de la tormenta todo se desvanece;
en el ojo de la tormenta mi vida se retuerce
entre innumerables giros de angustia: no hay piedad;
la madrugada, mi madrugada, no es sino el preludio
sin fin que profetiza la llegada de la mañana:
de aquella que para el mundo es un Fénix infalible;
mas para mi alma, aurora imposible…

Dios llora distante en el llamado ronco de mis campanas
interiores: su catedral es un cúmulo de huesos apolillados
por las legiones grises que la humanidad ha ido acumulando
en las arterias enfermizas de mi espíritu.
Voy andando a tientas en el terror siniestro de algunos callejones,
las huellas de la verdad tanteo, tanteo en vano
y tropiezo ante el aciago muro de las decepciones;
voy tejiendo un manto de razones
para enfrentar el soplo helado de la nada,
mas el vacío es un pez que en todo hombre alguna vez nada…

Las lágrimas de la madrugada caen como estacas
de hielo sobre mi pecho agujereado; sufro en silencio bajo
la mirada compasiva de la luna y me marchito cabizbajo
entre azules e imaginarias paredes.
Quien sabe si talvez soy un difunto que se niega
a abandonar la senda maldita de los que aún caminan
bajo el imperio impasible del sol cotidiano;
quien sabe si talvez soy un ciego que se niega
a partir para escapar de su ceguera.
dime tú, mi Dios, mi Luz, mi Todo:
¿Cuál el sentido de esta guerra es?
¿En qué rincón de mí te escondes?

Un alba inexistente intenta asomarse en mi mente,
suenan los tambores de la noche;
sus notas son relámpagos que acallan las salutaciones del día:
siempre es de noche…


Corazón en las tinieblas

Mi corazón ha oído el eco de la medianoche:
entre negros batallones de moscas
he sentido el alarido de un alma que se desvanece
entre fantasmales ciénagas.
Millares de sangrantes ojos sobre sus pútridas
aguas navegan: ciegos y muertos
están, solo el dolor palpita entre sus venas;
ciegos y muertos
están: no hay mar que apague sus penas.

El canto de los difuntos es a veces el canto
de de los que despiertan,
de los que tal vez contemplan
por vez primera el rostro afable de la primavera;
el canto de los difuntos es a veces el canto
de las olas que gimen en el entierro del sol,
o el martilleo discreto con que el reloj tanto
proclama el avance del Gran Silencio

Por un instante he creído sentir el beso cálido
de la mañana; me ha parecido
ver en el cielo la luz de un sentido…

No ha amanecido: aquí en mi laberinto
todo es gemelo de la medianoche;
el sonido de mis pasos no es sino otro
instrumento que llora taciturno en el concierto
eterno de la Madre Sombra.


Delirios en la oscuridad

I
Como dagas caen al suelo mil rayos
sanguinarios; hierve el alma de la Tierra
y el horror la paz destierra;

Es el cielo un símbolo luctuoso,
imponente y a la vez majestuoso:
azotado por los látigos de Zeus
gime triste en su infeliz tormento
el infausto y aciago firmamento.

II
Bajo el imperio de las sombras nocturnales
ardiendo en lúgubre y macabro fuego,
vaga entre aviesas visiones espectrales
mi inquieta mente en su delirio ciego:

El mundo vibra en el silencio de la noche,
su tristeza retumba en mis oídos:
soy un niño de sueños abatidos,

un barco hundido en medio de la oscuridad,
un mensajero de la Negra Reina;
un Tiresias de La fúnebre ciudad….

Lejos de mi la claridad
yace sonriente al otro lado de la vida,
y en el corrupto fango de esta herida
mora el gusano Soledad.

Llorando bajo las alas de la tristeza
oigo un murmullo que reza,
que va fluyendo y en mí,
amargamente se expresa…

III
Veo a través de tus ojos,
¡Oh, Ángel Gris, amigo mío!,
los negros frutos de los hijos de Caín,
que el alma humana a veces tan ruin,
dio por millar en su jardín impío.

Veo a través de tus ojos
esta noche eterna, este infinito ramo
de ominosos y fatales símbolos;
mas dime: ¿alguien nos redime?
¿Mirará La Luz nuestros abrojos?
¿Llenará con su amor los insondables
huecos de nuestros corazones?
¿Responderá nuestras indescifrables
dudas con sus celestes razones?
¿O acaso, inaccesible y lejana,
hablará con el silencio
su inaudible voz arcana?...

IV
Dame, ¡oh, Ave negra de mis abismos interiores!,
la más oscura rosa del jardín de Dios;
dame el fatal emblema de mis mortales decepciones,
dame el cáliz de mis turbias aflicciones,
dame el polvo que quedó de mis incendios
y el frío impasible de todos mis temores

Llévame al fondo de mi precipicio,
allí donde habitan las luces de la muerte,
allí donde es inmenso mi suplicio;
allí, donde mi espíritu finito
se abre sangrante al infinito
reino de los desencarnados;
donde el adentro da paso al afuera
y los caminos de mi ser desembocan
en dominios alejados de la esfera
porosa de mi intrincado espíritu.

V
Nicte, amada y misteriosa,
tu cuervo infame se posó sobre mis hombros:
Veo la belleza incomprensible de tu pecho agusanado,
veo los rostros mutilados de tus almas prisioneras,
y gime, de enfermo gozo, mi corazón condenado...

Mas es su gozo máscara de su dolor,
irónica venda de una herida de amor,
lava que brota del volcán Rencor,
fuego que ríe en medio del furor…

Pues lloro, Noche, hermana dulce de gemelos rasgos;
al ver los torbellinos de agonía en que giran tus estrellas;
al ver tu mirada azul y amorosa rasgando el velo de mi soledad;
al ver en esos astros, ojos tuyos,
y la triste Humanidad buscando piedad,
su llaga abierta, profunda y sin edad,
con su esperanza, siempre en orfandad…

¡Aaah!, placer corrupto que Satán me infunde,
infame ramo de deseos intensos, insanos y escabrosos:
disfrute dulce de besar tus labios putrefactos;
de acariciar tus manos blancas y huesudas;
de perderme en la ciénaga de tus miradas,
y de admirar, sintiendo escalofríos, tus rasgos
viles, malditos, tenebrosos,
Vampira horrenda de la vida, Madre de estragos
 y Eterna huésped de la hermosa Nicte:
Muerte.

Muerte que en mi alma habitas
cada día; voz seductora que en mi sentir
te cobijas y aborrecer me haces el vivir;
ven, tú que en mí palpitas:
tómame en tus brazos, oh, bendita,
y líbrame, de ésta gris vida maldita…

Porque la vida aciaga, enferma y decadente,
¿qué nos trae de bueno, que no sea sueño?,
¿qué amor nos presenta, que no sea ensueño?,
¿qué placentera senda depara, que en estridente
caer del alma no termine?,
¿o qué gloria, renombre, o fama
ofrece, que no sea humo, fantasma,
sombra vana?...


Caminantes oscuros

Hacia el funesto panóptico, marchando
van los héroes de ultratumba: los tristes,
los de rostros azules e infames.
Ellos van por la noche, goteando

melancolías en medio de la oscuridad,
besando recuerdos de un pasado
siempre cual hierro pesado:
ellos, los de la negra ciudad;

esos enfermos de imperfectas
y pútridas heridas;
esos grises sofistas

que en la ceguera de la falsedad
cobijan el utópico afán
de una imposible y meliflua felicidad.


Los tres hexágonos

Bajo las sombras de los tres
hexágonos, Ares va y viene
desde un punto a otro;

bajo las sombras de los tres
hexágonos, la faz de Gea tiene
un brillo amargo.

El Caos palpita inscrito
en un triángulo negro:
clavel oscuro del jardín del mal.


La habitación

En la penumbra de la vieja
habitación vive un rumor
de penas olvidadas, y una queja,
plena de quebranto,
el aire anega con color
de espanto.

Nadie osa entrar
en aquel cuarto en que las paredes
parecen encogerse y la luz agoniza
entre redes de sombras:
¿Quién hay capaz de ver la ceniza
de lo que fuese un hombre
en el cenicero de La Desesperación?
¿Quién hay que pueda ver o palpar
con los dedos del alma
ese dolor sin nombre?

La mirada de Satán reposa sobre
aquella celda en que encerrados
vagan, monstruos que han
sido todos engendrados
de los muertos gusanos
de un corazón condenado;
no hay ángel cuya mirada
pueda cruzar aquellos muros
de densa oscuridad, aquellas barreras
de agonía, aquellas trincheras
en que el Odio teje banderas
de amarga resignación.

Adentro el tiempo
parece congelado
y gime, el viento,
junto al murmullo
de un crucificado.

Mas…¿Dónde el reo está?
¿En donde esconde su mirada
turbia, su latido gris,
su sonrisa calcinada,
su esperanza oxidada,
su amor, padre de su dolor…?

Otoño

Otoño de mis lágrimas calladas
en el regazo de la vida herida;
otoño de muertas resurrecciones
en la esperanza perdida
de un mañana que jamás será.
Otoño que jamás se fue,
como un demonio que elevado
q dios juega a trazar estelas
de dolor, juega a prender las velas
del desencanto, juega a elevar
las llamas del infierno…


La cadena gris

Prisionero del tiempo en mi jardín de sangre;
las horas se diluyen en el ojo de la mente,
la mente se diluye en mil pequeños ojos,
los ojos son polvo en el estanque intermitente
de los pensamientos.
Los pensamientos son aves: palomas, cuervos,
buitres, águilas o búhos.
Los pensamientos son serpientes: se arrastran
por el suelo,
sin tocar el cielo, sin tocar el cielo…
Los pensamientos son a veces luna de medianoche,
sol de mediodía,
alba mañanera o luz crepuscular…
Los pensamientos viven y nacen
en el vientre circular
e informe del gran reloj de hueso:
Tiempo.
Tiempo que recorres las entrañas
de mi alma encadenada;
cadenas que eternizan el suplicio
de mi estrella condenada.
Tiempo que alzas y derrumbas
las cenizas de la humanidad;
antagonista o participe
de la debilidad;
carcelero del propósito
que en ti se mueve,
vive, agoniza y muere…
Propósito: espejo tentacular
e inexacto de la esencia humana,
padre de una vaga y borrosa
forma especular.
Forma: fantasma que atizas
las pesadillas de la razón,
barrera o llave de las conjeturas,
fruto del árbol de la abstracción;
de aquel proceso luminoso
del que brotan, como centellas
del hombre en el intelectual paraje,
el Algebra, la Lógica, el círculo
de la Geometría y la integral del Cálculo,
los átomos de la Física
y las conjeturas de la Filosofía.
Y el hombre: ¿qué es el hombre
sino ingenua araña en busca del pájaro
de la verdad?, ¿cabe acaso el mar
del infinito en el finito baso de la mente humana?
Títeres en el Teatro de Satán
creemos que el infierno no está aquí.
Morimos entre barrotes
moldeados con el hierro de la fatalidad,
hundidos en el jardín que Dios olvidó
y que los hombres sin verdad
llaman hogar.
Mundo; las sonrisas son luceros
en el turbio cielo de tu faz turbada,
tus ojos son dos soles de agonía
anegados de metafísicas agujas:
¡Oh, mundo!:...¡oh, espiral
del sentido contrariado
en el absurdo de la miseria;
huracán maldito de las almas
descompuestas y coléricas;
de las máscaras teológicas
que son arañas tejedoras de falacias;
de los prejuicios polvorientos
que idiotizan el espectro de la moral!
Prisionero en tus entrañas me debato
con furor;
mi ira asesina escupe un ‘carajo’
en tu rostro de caos;
serpiente de infamia,
amo del horror,
nube que anegas
mi jardín con sangre…


Cantor sin rumbo

Cantor sin rumbo en mares
de palabras,
busco cadenas para orlar
el cuello de la noche.
Recitaciones macabras
al borde del abismo,
juegos de un niño
preso en linguistico reumatismo;
mis canciones son cadáveres
en las fronteras lúdicas de la palabra;
la palabra me da alas
o me encierra entre barrotes.
¿Cómo cantarte, Noche, cómo cantarte?:
¿Cómo decir tus secretas sinfonías,
los secretos de tus astros arcanos,
los lamentos de la luna
cuando, hecha cuna,
cobija tierna el dolor del desamor,
las letanías del mar
a medianoche y los sueños
que los hombres olvidaron
en tus dedos, oh, Alba Difunta
de las horas serenas?


La rosa negra

Fulgen los astros distantes a lo lejos,
lloran callados en la noche helada,
y el corazón, sobre su nada,
siente el eco lejano
de sus rezos…

Y la noche azul, amarga e infinita,
la noche sangrante con su luna herida,
la maldita, la encadenada
que en silencio grita
las penas que vierten los hombres
en sus venas anegadas
de espanto y melancolía,
de angustia y sed de día,
carga mi cruz sobre su espalda
negra, vieja y poblada
por infectas llagas;
y la vida horrenda e implacable
deja en mi pecho cada día un muerto
y con su mano negra y miserable
las rosas todas de mi huerto arranca.

Yo así en la cima del dolor contemplo
las ruinas de mi alma
desde el ojo de mi pura conciencia,
y aspiro, quemándome en mi templo,
el nardo muerto que fuese mi inocencia.

Y el viento agita los cipreses
mientras baila al compás de la muerte,
mientras canta el réquiem de la luz
entre las hojas
y el frío pinta en todas
las cosas;
y la noche ilimitada y arcana,
como un manto fúnebre
cubre todos los corazones
en que duerme la desesperanza,
y el mío, agusanado
y traspasado por diez mil espadas,
sobre la nieve blanca descansa
ya sin sol…
Solo la llama del dolor
aún danza en su interior,
solo el fantasma del amor
recorre sus arterias desoladas
como calles sin color.
A lo lejos el mar ruge y combate
entre las rocas;
las montañas de la costa
yacen erguidas ante el imperio
de Neptuno cual siniestros e inamovibles
gigantes reflexivos y absortos,
y, en la pared inflexible,
y vertical del gran despeñadero,
se yergue un viejo y callado vigilante.
Su ojo de faro gira expectante
sobre su propio eje
mientras su mirada desgarrante
marca heridas circulares en el rostro
oscuro de la noche;
los sauces de la vieja casa
derraman lágrimas imperceptibles
en el mar impalpable y etéreo
que es la agonía del mundo;
y allá, en la lejanía del horizonte,
baña la argéntea sangre lunar
la piel acuosa del mar.

En el corazón de la noche
palpita el espectro del invierno:
sus trompetas derrumban
mis murallas,
sus soldados toman
cada rincón de mi ser,
y plantan, en mi patria,
la bandera del padecer...

En esta noche eterna
escarbo mi pasado.

En esta noche eterna
busco consuelo en la mirada
de los astros
y en la memoria especto
mis antiguos pasos:

Yo tenía fe, fe en el amor…

Yo escribía versos de luz
en las páginas de mi alma
y era en mi horizonte
de ternura cada día un alba;
yo creía que Amor,
a nadie desamparaba…

Yo dibujaba el nombre
de mí amada entre las estrellas,
veía en el sol la lumbre de sus ojos
y oía su dulce voz en el murmullo del viento:
cuantas mujeres amé, cuantos fantasmas adoré…
¡Cuanto engaño y quebranto!
¡Cuanta esperanza muerta!
¡Cuanta desilusión y amarga decepción!

Amor, inicuo tirano,
Hermano de la muerte,
Padre del llanto:
Yo sostenía tu rosa roja
entre mis blancas manos,
y tú, tres veces maldito,
mi corazón dejaste amando
en soledad,
mi alma enterraste en eterna
oscuridad:
mi rosa de amor
pintaste de dolor.

Y la noche infinita
y más honda que el mar,
recubre el cadáver
de mi alma sin luz,
y en el silencio helado
de mi amarga cruz,
crece una negra rosa
inmortal…


Torres verdes

Yacen las torres diáfanas y esbeltas
bajo un aéreo manto de esmeraldas;
y al amparo de sus bellas siluetas
se cobijan las sublimes hadas.

El sol extiende sus brazos de turmalina
sobre las sienes de ciertos enanos,
mas un filósofo —mente fina—
enmascarado derrumba arcanos
con silogismos
en tanto aquellas hadas pequeñas
que han triunfado de los abismos,
miran risueñas,
miran alegres,
la luz que juega entre los cristales,
de aquellas torres ceremoniales
que al pensamiento de almas mortales,
marcan caminos,
marcan destinos,
que bien mirados son siderales.


Amigo de la luz

Un chancho de plata
abre puertas para que pase la luz:
¿Qué orquídeas de tristeza profetizará
la cruz azul?
¿Qué niños muertos se alzarán como
gatos de mimbre en los callejones
de la desesperación?

Yo sé qué ese chancho
de plata alguna vez sembró
silogismos en las esquinas de la relatividad:
lo sé.
Se también que sus padres eran
la rosa y el nardo
multiplicados por la raíz del mal
y divididos por la infamia más
el logaritmo neperiano de la
desgracia: lo sé.

Recuerdo las tardes de topacio
en que él se sentaba a conjeturar
idioteces de plomo a la orilla del mar;
recuerdo sus osadas suposiciones
sobre la valentía de los triángulos
y la risa amarga de los herméticos círculos
negros de Bahía Blanca: todavía lo recuerdo.

¿Cómo olvidar a aquel filosofo
argénteo que se paseaba, invisible,
ante la vista atolondrada
de los habitantes de Buenos Aires?
¿Cómo olvidar que en sus pasos
el tiempo se estiraba como goma de mascar
y que en su palabra de puñal translucido
se agitaban con violencia el desafío y el temor?
¿Cómo olvidar esa sonrisa de
polilla vampírica al borde del delirio atroz,
esos gestos que amenazaban los castillos
de la Psicología y esos razonamientos
en que la Lógica besaba la piel de la locura?

Aún tus pinceladas de buitre
satírico brillan en el lago intocable
de lo desconocido;
aún guías el vuelo
de algunas palomas de brea
y el caminar de uno que otro
león fantasma:
No te has apagado, en la noche
del mundo tu estatua espectral
y fosforescente se rehace
cada noche con los huesos
de tus enemigos:
aún sigues abriendo las puertas
a la luz…


Diálogos del ocaso

Dialogan en el atardecer
del mundo violetas que crecen
en acantilados de palabras:

Dice una
que el mundo es fucsia,
que en todos los crepúsculos
Dios juega ajedrez mientras el Diablo
fuma marihuana y
siembra mariposas
en el estómago de los adolescentes.

Y le creo…

Dice otra
que el mundo es una manzana
agusanada con piel de zebra,
que los ángeles mean
todas las noches en los muros
de New York y
que el fantasma de Caín
pinta graffitis invisibles para burlarse
de los teólogos.

Y le creo…

Dicen todas ellas
que en noches de papel
resucitan los resquicios
de la torre de Babel,
que las huellas de Freud
fosforecen en las noches
de algunos cerdos sin voluntad,
que un hada de azúcar
baila sobre un cráneo de amatista y
que detrás de nuestra
mirada hay una hoja blanca
sin triángulo alguno…

Y les creo…


Sinfonía del cielo espinado

Yace en el celeste firmamento
la tristeza dormida entre las nubes.

De espinas una red ilimitada
el corazón del cielo atormenta
y es el centro de ese espacio arcano
una eterna e impalpable tormenta.

Cárcel translucida sin limites
ni formas:
¿Qué fantasmas
detienen el reloj en tu mirada?
¿Qué secretos
guarda tu faz turbada?

Sublime belleza
de la angustia congelada
en el misterio de las formas naturales:
¿Qué plegarias levanta al Cielo
tu alma de naturaleza humanizada?
¿Qué relatos guarda el hielo
de tu pecho indescifrable?

Celosamente por mi Dios guardado,
en un rincón de la Creación
te ocultas, ¡oh hermoso collar
que el Increado
tejió con sus lágrimas de nácar!

Altivos cristales combaten
con el viento:
almas prisioneras se baten
con su soledad de palomas
encadenadas;
¿Qué gritos sin alas
flotan en la brisa?
¿Qué invisibles balas
agujerean a tus difuntos?

Sepultado en un perpetuo día,
vives muriendo ante la cruz del llanto,
y en tu manto
de cielo olvidado,
sangre guardas
de un Dios compadecido,
oh amargo cielo…¡de espinas surcado


El hombre de gris.

El hombre de gris ronda todos
los días por el laberinto de la soledad:
¿Quién entiende su finalidad?
¿Quién comparte el astro negro que en sus ojos
relumbra desde el fango de la desesperación?

Lo he visto entre mis sueños;
lo he visto entre mis pesadillas;
lo he visto arrastrándose por los suelos
de mis pantanos interiores,
de mis fuegos inferiores,
de mis propios temores…

Conozco su mirada con penas
sin edades,
sus cadenas azules, como la melancolía,
sus condenas
de acero inapelable
y su tormento insondable

Su sangre prisionera
empaña y tiñe el alma de mis días;
su voz me pregunta por La Luz:
en cada minuto, en cada hora,
todas mis noches y mis días.

Su voz es ese amargo fondo musical
que subyace tras el canto de mis labios;
es ese oscuro paisaje con rostro infernal:
es esa sed que quema por algo celestial.

Él es el feto podrido en el vientre
de mi alma y de todas las almas fecundadas
por el dios de las tinieblas,
es un puente de hueso entre
la ciudad de los vivos y la gran necrópolis:
un coleccionista de hojas verdes y azules
muertas en el otoño de los hijos de Adán,
un testimonio oscuro
de nuestra esquelética
procesión.


Un niño hundiéndose en alcohol

Un niño hundiéndose en alcohol,
oh Flor, dulce Flor del mal:
mariposa de cristal que
en el aire se incendia,
monumento infame que
la gloria negra de Satán promulga,
bofetada oscura en el
rostro de un ángel,
cuadro macabro
que al hombre refleja.

Un niño hundiéndose en alcohol:
semilla que florece en vientre de mujer,
nardo degollado por  siniestras sierpes,
ojos pidiendo pan en las esquinas,
blanca estatua profanada
por negras manos
entre paredes suspendidas
en los hombros de La Muerte.

Un niño hundiéndose en alcohol:
venas sangrantes
escalan las paredes
de los orfanatos,
arañas de llanto enredan los
sueños de los inocentes,
gusanos del más allá mordisquean
el camino de los recién nacidos,
cuervos nocturnos picotean
pechos de palomas heridas.

Un niño hundiéndose en alcohol:
Satán tocando
en nuestra catedral…


Lágrimas de luna

Lágrimas de luna riegan
los pasos de mi otoño azul.

Lágrimas, lágrimas: puñales
negros sobre el blanco cielo;
aves sangrando en un rincón de hielo.

¿Qué amargas sonrisas beberán
la viva muerte de mi clavo necrodactilar?

¿Qué insondables pozos atarán
los miembros disipados de mi astro destrozado?
¿Qué espectros de El Pesar
taladrarán mis ojos al caer el sol?

Lágrimas de luna
en los cipreses tristes;
crecen las heridas
en la noche helada.

Lágrimas de luna
en tus mil ojos, Nicte;
se abre el suelo
vil para acoger tu sangre.

Lágrimas de luna
entre mis manos grises;
con aquellas
gotas llenaré mi cáliz.

Miró el firmamento
de mi estrella muerta:
ya está negro el sol,
ya ha caído a tierra,
ya es tiempo de que os beba,
lágrimas de luna…


Un punto

Solo, columna mutilada, solo,
en medio de este pozo infecto:
con la tiniebla enmascarada
y los gatos que me asedian,
con el llanto de la luna
y los puñales que me desmiembran,
con el cadáver del día
y las bocas que me injurian:
solo.

Solo, sombra azul, solo,
en medio de este desierto hecho
con polvo de huesos:
entre los callejones
de la risa con cáncer,
entre los muros
que escapan de mi vientre,
entre las rosas
ensangrentadas del jardín,
entre los espectros
de mi reflejo oscurecido:
solo.

Solo, serpiente roja, solo,
en medio de este campo de batalla:
bajo tu sol de medianoche
y tu lluvia ácida,
bajo el fuego de tus mercenarios
y el desprecio de mis hermanos,
bajo la mirada de tu gusano
y el oprobio del espejo,
bajo los pies de una moneda
y la saliva de unas monjas de cabaret,
bajo tu cielo de fuego
y tu suelo de hielo:
solo.
Alzo una paloma
muerta en medio de la plaza,
echo cenizas
en mi rostro y en los de ellos,
devoro sus entrañas
cubiertas por mi llama,
y estallo—bomba de sangre—,
al final del callejón;

Y resucito, entre árboles
abatidos y palacios derruidos;
entre el eco de mis pasos
y la certeza de mi soledad…


Pinceladas de ceniza

Para las sombras que arden
en medio de fuego violeta,
para las palomas que se revuelcan
en el suelo con las alas cubiertas de petróleo,
para las luciérnagas del laberinto
y las hormigas de diamante,
alzo esta bandera cubierta
de agujeros, esta escalera
de llagas, estas palabras
que cuelgo al firmamento:…

Rojas estrellas de la noche negra
que el grito amargo del infierno escuchan,
decidme, por la Luz Celeste,
de dónde parte nuestro gris sendero,
y si este canto triste y prisionero,
será mañana un eco agonizante.


Nefelibata ruiseñor de la noche azul
que entre los mares del misterio nadas,
decidme, por el astro de tu anhelo,
si es la vida solo un corte
en la carne de la Muerte,
y si estas alas que creemos ver,
son tan solo otros hilos de El Bordado
(poema inconcluso)

La luz de las tinieblas

La luz de las tinieblas
baila todos los días en el otoño
de los vivos:
negras hojas cubren de polvo
nuestros sueños enlutados
por la niebla;

¡Ay de las rosas muriendo
en las esquinas de la nieve!

¡Ay de las barcas asesinadas
por los torbellinos de la desesperación!...


Cantando entre las ruinas
el tiempo se ha estancado;

Estático testigo de horrenda
tormenta, veo los restos del mundo
girar a mi alrededor, y bebe,
mi pupila, la luz de su dolor…

Cantando bajo la lluvia
oigo el eco de mis dudas;

¿Qué huesos fosforescen
en la noche?

¿Qué gritos en mi canto
desembocan?

¿Qué resplandores en
la sombra se esconden?..

Callando mí  canto
comprendo ya por fin:

Solo la luz de las tinieblas
nuestra sangre redime;
solo ella en nuestro grito florece,
solo ella el llanto ennoblece…


Agua nocturna

Fulgen callados y tristes
del agua clara los celestes
corredores,
y siembran, en el valle amargo,
sus religiosos tenues
resplandores.

Cantan historias de herida
luna las aves mustias que en el lago
beben;
Riegan claveles de hada
blanca las sepias grises que en el aire
nadan.

Borda el agua caminos paralelos,
erige jardines en los
recovecos de la realidad,
teje geometrías en la oscuridad:

Es la noche y su secreto,
la noche de costado abierto
y el agua con sus sinfonías;
es la noche y su secreto,
la noche de destino incierto
con arcanas simetrías.

Llora el río de mil brazos vagos,
lloran los pinos vaporosos,
llora la luna, llora el firmamento.

Se abren puertas en el cielo,
nace el rombo del misterio,
y en el yerto y muerto suelo
nace un astro en cautiverio:

¡Oh los templos de la luz
intangibles como el viento!

¡Oh los bellos arco iris
que en columnas se levantan!

¡Oh los dedos de la aurora
que la cien de Urano tocan!

Son horas en que tiembla
el muro de la ceguera,
horas de guerra
entre el vino y el fango,
horas de niebla
en la faz de El Estrago;

Es la melancolía del cristal
manando bendiciones,
fluyendo azul bajo
nuestras crucifixiones,
abriendo un tajo
en nuestra flor fatal.


El pozo negro

Roto, roto entre los edredones
del pesar
y los eones
de la condena;

Sumido en negros arrecifes
de pulpos fantasmales,
en la prisión de males
de una fe doliente,
en el morir silente
de una rosa errante,
con la mirada de cianuro
y el latido oscuro,
vagas por la tierra,
voz pulverizada…

Tu eco muele el mazo
del reloj.
En el regazo
del dolor palpitas
ya sin sol,
corazón de nube
herido en arrebol.

¿Quién eres, alondra sin alas
que en el viento sangras?

¿Quién, páramo o desierto,
tu risa degolló?;

¿Eres acaso esa sombra líquida
que no desemboca?

¿Fue tal vez la árida
mano de La Gran Legión?

Mira a tu alrededor,
vela hundida en el pozo,
mira a tu alrededor:
no hay mar en que fundirse,
todo es hiel, miedo y destrozo…


El parto de las sombras

Oscuros ecos la sombra estremecían,
y La Muerte, La Muerte, La Muerte,
como un diáfano y siniestro leviatán,
todos los sueños fue a poblar…

De ángeles decapitados nuestro pabellón
infamemente quiso adornar,
y en el abismo de un oscuro mar
de nuestros huesos hizo un panteón

Y se cerraron las puertas de la aurora
para que se pudran nuestros jardines,
y se anegaron de moscas
las corolas de las rosas,
y triunfó, su guadaña,
sobre todas las cosas...:

Dijo entonces una paloma
sembrada de clavos:

<<Solo la llama púrpura
nos sacará vivos de su laberinto,
solo su luz pura
nos traerá al sol extinto>>

Y en la mustia Roma
del Imperio Negro,
un difunto infausto
escribió estos versos:

<<Bogamos desollados
por el río de la vida, reflejo
tenue de la tumba fría,
y amargo pan que el Creador nos fía…

¿Dónde está, dónde está, la helada
sangre del alba desgarrada?

¿Dónde el azul, el blanco y el rosa
hoy que en la cima el mal se posa?

‘¿Dónde?’, pregunto, rodeado
por los muros del espanto
y los estertores hijos
de un quebranto.

‘¿Dónde?’, inquiero, cercenado
por las hachas del dolor
y los puñales del amor
agusanado>>


El astro oscuro

En las cumbres nemorosas
de la sangre coagulada,
vuela el astro del averno
con sus alas desplumadas.

Vieja carroña volante
con las alas inflamadas,
que lastima el firmamento
en sus rojas alboradas;
satírica risa del mal
que desgarra la faz
de las constelaciones;
cianúrico emblema fatal
que envuelve nuestras
disquisiciones y quema
coronas de olivo
para horadar la paz;

Lucero negro que la luz devora,
paraje del caos donde el tiempo
se condensa; otrora
blanco, otrora celestial:

Ya es la medianoche,
oh dulce estrella del mal;
ya es medianoche,
brota ya tu llanto sideral;

Ya reina la desolación,
la Madre Devastación;

Oscuro yace el corazón
del mundo vil,
y en su espalda insana y servil,
arden, ¡arden!, diez cruces
por mil…

Verdes lenguas acarician
el cráneo de la Humanidad,
y bailan, las llamas,
de una infame deidad.

Oh mi mundo pendido de un sauce,
triste ahorcado suspenso en la nada;
¿Ves aquella cabeza de espinas coronada?
Firme no, si decapitada:
es la tuya que mira aterrada
a la Estrella del perpetuo luto…


De blanco a negro

Blancas gaviotas de hueso
de los cielos consternados,
olas de cal y yeso
de los mares olvidados,
augustas y pálidas sombras
de las barcas en zozobra:
¿Qué vientos, qué vientos,
las llamas agitaron?

Hundida y sin fulgores
quedó nuestra bandera;
nuestra fe gallarda,
nuestros agitados fulgores
de patriotas, de hijos
de una era
en que aún había estrellas
en el firmamento e higos
de esperanza en las praderas
del destino;

Cenizas, polvo, columnas
derruidas y lamentos
colgados en las ventanas
de la noche:
¿Es ese nuestro legado?
¿Es esa nuestra huella?

El árbol de la muerte
corona nuestra suerte;
y está pulsión
de sol agonizante:
¿Qué memorias encierra?
¿Qué cadenas sostiene?

Calcinado por las flamas
de tu propio incendio,
negro, negro, como la
noche misma;
tu alma se abisma
y retuerce de impotencia:
que amarga sentencia,
oh infame y mustío
corazón humano…


Rojas murallas

Puentes en la niebla
cruza la luz danzante;

Entre las sombras late
un corazón errante,
agónico testigo
de la descomposición
de los cristales;

¿Cómo decir, negras palomas
del infierno, cómo decir
del aire aprisionado?

¿Cómo expresar este silencio atroz,
ésta cautividad de la voz
retumbando en el agudo dolor
de una cárcel interior?

Y esta quietud siniestra
de los rubíes en la ceniza:

¿Qué azules mariposas
no tornó en grises polillas?

¿Qué manos soñadoras
no anegó de astillas?

¿Qué tumbas hay
si son los muertos quienes viven,
en esta ciudad sin Dios
en que sin luna existen?

Y escuchar sin tregua
ese ronco plañir de los violines
en el fondo del agua,
y ver ese perpetuo ocaso
en el parnaso
de los ajusticiados:

¿Qué noción os forma
del hilo del destino,
si es ese, vuestro sino,
huracán sin norma?

Oíd las campanas
de vuestra catedral,
ved los rostros sin ojos
de la noche espectral;
hay tantas estrellas
que no volverán,
a latir en un cielo
que fue sideral.

Se apagará vuestro anhelo
y desearéis tocar,
aquella luz que en lontananza
la niebla atraviesa;
brotará entonces la aviesa
flor de una oscura pasión
y lloraréis de añoranza
en el gélido centro
de vuestra prisión;

En la periferia de aquel círculo
cuyas murallas de sangre
dividen a la noche:
en la ciudad de los desencarnados
soles desterrados


Línea de lodo

Decadencia.
Vivo puñal de sangre
sobre el pecho impronunciado
y frío del olvido;
decadencia, no ya esencia
gris sino con el color
de la miseria,
de las arañas de gas
incandescente girando en la espiral
terrible de la histeria,
de los vientos huracanados
que soplan a ciegas
sobre los acantilados
del alma y su crisol
de odio y amor;

Fango.
Fango de los niños
desollados y sus pieles
colgando de un ciprés;
fango; no ya una faz sepulcral
sino aroma de corpiños
y rosas de cal,
iglesias que apestan
a grilletes oxidados
y mitras que profesan
la autonegación;

Decadencia,
                    Fango:
                               Ciego y espejo


Gusanos mendicantes

Ante la puerta blanca
dos manos,
rosas de sangre y sudor,
dos manos, dos manos,
esclavas del dolor;

Ante una cruz mis hermanos,
de oprobio y llagas cubiertos;
palomas de los desiertos,
no hay sol, no hay luz, no hay verdad…

Solo el cadáver
del alba, la noche perpetua y llana;
solo un lucero
que llora, el hijo de la mañana

Solo las torres de cuarzo
perdidas en el ocaso,
la luna ahogada
en el vaso
funesto del corazón,
y el alma,
como un ratón,
royendo restos de Edén.

Y emerge del fondo
de un pozo el lamento de un ángel,
toca el hondo
pecho de los ruiseñores,
y surge, cual fénix,
renacido en gozo;
pese a la noche, pese a la noche…

Pero las sombras... ¡las sombras!:
ellas siguen gimiendo
ante la puerta blanca,
siguen pidiendo
solo un pan de luna,
siguen, pese al reloj,
ansiando sobras
de amor…


Pupila en el abismo

Grises alondras del hastío,
mi corazón, el más sombrío
infierno, ojo sangrante
y de la noche esclavo,
contempla, en cruz incesante,
las negras torres
del perpetuo ocaso.

Un fatalismo arácnido
mi horizonte encadena;
tarántula que en sus redes
mi lumbre condena,
y muerde, furiosa,
aquel latido
de esperanza y sol.

Arcos de carne desollada
surgen bajo la herida sangrante
de una estrella atravesada
por la daga de la soledad;
un fuego de ejecuciones
clandestinas se agita impertérrito
ante el pelotón rebelde
de las resurrecciones;

Cuatro clavos atraviesan
las extremidades de la aurora:
cuatro eternidades de oscuridad
sobre la Humanidad;
y yo las contemplo,
solo; entre los brazos
sin vida que riegan
el jardín mortuorio
de mi templo;
entre las rojas arenas
del tiempo
y las miradas ajenas
de los transeúntes
que pasan distantes
por el cielo opaco
del recuerdo;
entre las arterias
filosóficas que cruzan
la ciudad del silencio
y las baterías
impasibles de la culpa,
yo las contemplo.

Las contemplo, luna
del alma,
desde mi cima
de funesta calma;
atrapado entre los barrotes
de la fragilidad
y marcado por los azotes
de la conmiseración;
las contemplo con la mirada
ahorcada de quien
mira el abismo insondable
de la misma nada;
las contemplo, Dios inasible,
entre los dedos de El Adversario
y las cloacas de la luz mancillada
por nuestras estatuas.

No obstante los minutos
caen sobre mis párpados
y el espacio se retuerce
y deforma en inusitados
pozos de magma inmaterial;
y yo, el más pequeño
entre los hombres diminutos,
― lombriz de angustia
en que la abyección
su cetro ejerce ―
bordo frases de desintegración
en los altares del absurdo,
bebo sueños disueltos
en el umbral de la desolación,
y espero, siempre,
el beso de La Destrucción


Nieve en el fuego

Llora la nieve
de diamantinas flamas
cubierta; mas permanece,
― llaga de luz ―
aunque este mundo gris perece…

El olvido, la desolación:
¿En qué paredes de cristal
se mueven; qué templos
han vencido su hoguera fatal?

Mira el mundo, siempre desigual:
¿Quién detiene su giro infernal?
¿Quién comprende su finalidad?

La nieve gime
y los lobos de plata atizan
el corazón ardiente de la luna;
circones de angustia brillan
sin termino a la espalda de Dios:
¿Quién nos redime, quién nos redime?

¿Cómo vencer el frío
de este invierno eterno?

¿Cómo horadar las crueles
paredes del infierno?











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