sábado, 29 de enero de 2011

Auto-destruirse para destruir




El 10 de Febrero de 1995, durante el conflicto armado del Cenepa entre Ecuador y Perú, la FAE (Fuerza Aérea Ecuatoriana) logró derribar dos aviones supersónicos Sukhoi y un A37 del Perú. Como reacción inesperada ante aquél batazo bélico, tres días después el escuadrón aéreo 411 (de Mirage-2000P/DP) y el 112 o de Los Tigres (de Sukhoi-25) de la Fuerza Aérea Peruana, bombardearon el Puente de la Unidad Nacional en lo que fue un acto de crueldad sin precedentes en la historia de ambos países. A partir de esto la guerra a gran escala se desató.


Mateo Torres Encalada:

En medio de esta devastadora situación estaba el pequeño Mateo Torres Encalada: de 7 años, alto, de pelo castaño y ojos negros, hijo único de un coronel de la división militar de El Oro.
“Si la cosa se agrava podría ser que no me vuelvan a ver”, les había dicho a él y a su madre el coronel Fausto. Y en efecto: las cosas se agravaron.
Combates masivos en la frontera, con movilización de tanques y más de cinco mil soldados patrullando los límites de la provincia de El Oro. Un bombardeo devastador sobre el poblado de Macará en la provincia de Loja, destrucción de carreteros en el Oriente. Y pensar que era apenas el principio.
Con todo eso, un 25 de Febrero Mateo es enviado por su madre a comprar verduras. Y que sorpresa se llevaría al volver: toda una parte de la ciudad hecha añicos…Y su casa, su dulce hogar, reducido a escombros entre los cuales se alcanzaba a ver uno que otro pedazo de carne. Haber ido tan lejos para comprar verduras y encontrarse con semejante regalo de la vida: ¿Y había un dios?...


Después de la guerra:

Luego del incidente de su madre Mateo había, gracias a la ayuda de ciertas autoridades, logrado reunirse con sus abuelos en Guayaquil. Y allí lo habían criado ya durante unos cinco años. Lo habían criado en lo que era un Ecuador lleno de pobreza, un Ecuador que había perdido las provincias de El Oro y Loja en el último conflicto, que había perdido más de cien mil civiles y que ya no tenía El puente de la unidad nacional, las refinerías de gas de Guayaquil o la represa Daule Peripa.
A sus doce años Mateo era un ser siniestro: extremadamente serio, callado, no hablaba con casi nadie, no lloraba ni sonreía; solo mostraba, detrás de aquellos ojos aparentemente inexpresivos, el océano turbio y agitado que era aquella amalgama de odio y tristeza con que afrontaba el pan mohoso que significaba cada nuevo despertar.
Pasaba casi todo el día encerrado en su cuarto, haciendo primero las cosas de la escuela y después leyendo como un obseso o navegando por la web en busca de quien sabe que extraños datos. Solo salía de casa para ir a sus clases de karate. Era un ser extraño, aunque también era realmente inteligente: el mejor alumno de la primaria, nunca bajaba de 20 y apenas tenía que estudiar un poquito para lograr aquellos fabulosos resultados. Los demás tenían que repasar sus anotaciones, a él le bastaba escuchar al profesor.
Por otra parte todos los miembros de la clase le temían. Nadie se metía con él: sabían que era tranquilo pero si lo hacían enfadar era capaz de hacerlos tragar tierra en un santiamén con aquella fuerza innata que tenía y aquellos conocimientos de artes marciales que había adquirido.
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Así pues fue pasando el tiempo hasta que, justo antes de entrar a coger especialización en la secundaria, empezó a interesarse mucho en lo que eran explosivos,
Electrónica y ese tipo de cosas: fue entonces que se decidió por la especialización en Física y Matemáticas en tanto que era lo que más le ayudaba. Mas lo del colegio no le bastó en lo absoluto. Así pues, investigó y experimentó incansablemente hasta que aprendió a confeccionar bombas con detonador a control remoto:

—Soy un genio—se dijo—Ahora sí que esos hijos de puta me las pagarán.
—Les haré volar las entrañas, veré su sangre infame teñir aquel suelo de Caínes, me vengaré, carajo, me vengaré. ¿Lo has oído, Cielo, Dios? Ven, castígame, húndeme en tu infierno, equivoco concepto instrumentalizado por los manipuladores y farsantes. ¿Lo has oído, humana ley? Vamos, vengan por mí, perros. —dijo en el silencio de su habitación mientras los ojos se le humedecían por el éxtasis ardiente de un odio indecible—

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Parte de lo que apareció en el periódico peruano “Correo” el 16 de Agosto del 2020:

‹‹En lo que parece ser una de las mayores tragedias de nuestra historia nacional, el Palacio de Gobierno ha sido destruido por completo a causa de lo que según fuentes de la policía sería una bomba de detonación››


Epílogo:

Lo que se encontró en la casa de Mateo Torres Encalada luego de su muerte acaecida un 21 de Julio del 2030:

‹‹Hoy es el último día de mi vida: ya he hecho lo que tenía que hacer. Iré entonces a merodear por los alrededores del Palacio de Justicia. Iré repleto de gasolina, con un encendedor en la mano. Iré de noche para brillar como una estrella en la atrocidad de aquella auto-incineración que no he dejado de saborear desde que una voz en mi interior me dijo que ya no tenía nada más que hacer, que estaba de sobra.
Y hay un dios, me dirán ustedes. “Te castigará, te echará a las llamas, hombre pecador y réprobo. Te sumirá en un eterno tormento por haber odiado a tu prójimo” exclamarán para sus adentros. Y yo, orgulloso y resplandeciente como Luzbel, responderé al igual que el indio Gualacoto en la obra “Huasipungo”: ‹‹¡Qué me importa, caraju!››. Y es que, como decía Henry Longfellow: ‹‹Después del amor, lo más dulce es el odio››.››

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