sábado, 29 de enero de 2011

Objetivo militar

Año 2555
República de Eristania
Departamento de Tirku 
Contexto de la guerra interna contra las FARE (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Eristania)

Le habían encomendado aniquilar al Comandante Gamma (no se conocía su verdadera identidad) y recuperar el cubo negro pues él, el capitán Marco Lineros, era el mejor comando del Elite-K para este tipo de trabajos. Un traje anti-detección se le había dado a cada miembro de su unidad, eran nueve en total. Todos estaban dispuestos a morir en aquella base subterránea.

Cuando salió por el túnel lo rodeaba la oscuridad impenetrable de aquella bodega que Inteligencia militar les había señalado como el único sitio seguro para una salida. “Teniente, empiece el bloqueo de cámaras ocultas e interfiera las comunicaciones del enemigo”, fue lo primero que dijo Marco al ver el posible peligro que implicaría una descarga inesperada o un ataque masivo.
Sabiendo―gracias a su mapa térmico―que no había ningún soldado tras la puerta, Marco le ordenó al sargento Orlando que utilizará el desbloqueador y se asomará haciendo el menor ruido posible. Luego todos pasaron y se deslizaron sigilosamente a través de aquel largo corredor hasta que llegaron a un punto en el que hubiesen sido escuchados si no fuese porque sus aparatos de comunicación estaban al lado de sus bocas por dentro de sus cascos y estos eran aislantes de sonido. 
Ahora pues abrir la puerta no sería tan fácil ya que ésta daba a una sala de máquinas en que había unos diez soldados según el detector térmico. Si tenían alguna ventaja considerable era que ningún soldado enemigo, so pena de dañar las instalaciones, se atrevería a echarles explosivos.
Tocaron entonces la puerta, esperaron a que el soldado abriera, le dispararon y luego, partiendo del conocimiento de las posiciones enemigas, se dispersaron a toda velocidad mientras abrían fuego y esquivaban en lo posible el contraataque. Fue un tiroteo feroz: los rayos laser iban y venían en múltiples direcciones mientras los soldados permanecían quietos en sus posiciones hasta que les tocaba correr a esconderse detrás de otra máquina. 
El grupo de Marco les dio una paliza gracias a su agilidad y a que lograron tomarse rápidamente los costados de la sala de máquinas. Solo Fidias salió herido por haber asomado demasiado la cabeza, hubiera muerto si no fuera por el casco…“Si te agrietan el casco, te usamos de carnada”, le dijo Marco con tono de autoritaria crueldad. 
Luego de eso pasaron al siguiente corredor antes de que llegaran tropas enemigas y, llegados al punto en que el corredor desembocaba en una especie de rectángulo con tres caminos diferentes en la parte del fondo, se apresuraron a colocar minas de sonido (pues no dañaban las instalaciones) de esas que se camuflaban con el entorno. Colocaron una en cada uno de los tres caminos, luego de eso se repartieron, se escondió en cada una de las seis esquinas uno de ellos y los tres restantes se pusieron de reserva en la pared izquierda del rectángulo.
Los guerrilleros de las FARE no tardaron en llegar. Fue entonces que Marco, haciendo gala de su refinada audición, logró detonar las minas justo cuando los soldados pasaban corriendo junto a ellas. Fue un espectáculo espantoso, los guerrilleros murieron de una forma siniestra: la sangre saltó con fuerza de sus ojos y oídos y ellos cayeron de bruces al suelo sin que sus trajes sufrieran el más mínimo rasguño. 
Luego de eso Marco y sus hombres avanzaron por el camino central pues era el que Inteligencia militar les había señalado. Cinco combatientes encontraron en el sitio al que dicho camino conducía: los barrieron a todos, sin sufrir más que unos cuantos disparos que no alcanzaron a dañarles los trajes. “Mi hija de tres años pelea mejor que estas rameras”, había dicho Marco burlándose de los guerrilleros. Más adelante lamentaría su arrogancia…
Por lo pronto siguieron avanzando, incluso habían cruzado más del 50% del trayecto y apenas habían tenido que anestesiar a “el cojudo de Fidias” que había perdido una mano. Lo único extraño resultaba que tan solo se habían topado con veinte guerrilleros. No obstante, habiendo llegado al centro de una encrucijada de cuatro caminos, Marco ordenó a sus hombres que formaran dos grupos: el primero de cuatro, con tres alineados en horizontal y uno delante de ellos, todos mirando al sur; el segundo también de cuatro, con los tres primeros en una horizontal paralela a la del primer grupo y con el cuarto hombre delante de aquellos tres, en el centro como con el cabeza del primer grupo. De ese modo se tendría un frente y una retaguardia igual de fuertes; y él, desde luego, iría en el centro de ambas para así estar más protegido. “Nuestros detectores tienen un radio de cincuenta metros y estos malditos corredores parecen ser de más de 150. Deben estar diseñados justamente para repeler infiltraciones así que estén bien alertas”, les había dicho Marco presintiendo que alguna desgracia estaba por venir.
Y así fue. De ese modo, habiendo avanzado unos treinta metros en aquella forma lenta y sincronizada en que debían desplazarse, el soldado que encabezaba la formación alertó a Marco que había visto algo como la punta de una metralla asomándose por donde terminaba el corredor (el detector no alcanzaba hasta allá). Marco entonces tembló y les ordenó retroceder lo más rápido posible sin romper la formación. Y valla sorpresa que se llevaron pues, apenas el soldado que estaba en la punta de la retaguardia pisó el centro de la encrucijada, fue destrozado por montones de lasers provenientes de ambos flancos. “Ríndanse o serán aniquilados. Tiren las armas y entréguense”, había dicho una voz que a Marco, sin que él sepa por qué, le sonaba familiar.
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Una semana después:
Todos habían sido aislados, puestos en celdas incomunicadas desde las que ni siquiera se podía divisar la celda de compañero alguno. 
“Le he fallado a mi país”, pensaba Marco mientras masticaba aquellas larvas asquerosas que, so pena de morirse de hambre, tuvo que aceptar como alimento por parte de sus carceleros. Y pues todo era nefasto en aquella ratonera en que lo habían colocado: el suelo cubierto del orine y estiércol que intencionalmente lanzaban los guardias, la presencia de un simple hueco como letrina, las cucarachas subiendo por las paredes metálicas embadurnadas de sangre de res, orine y mierda, el hecho de tener como única visión una pared de hierro oxidado tras las rejas y la tragedia de estar desnudo. 
A pesar del paso de los días un propósito se mantenía fijo en su mente: matar al comandante Gamma. Y es quizá había fallado en aquella parte de la misión que consistía en recuperar el cubo negro; no obstante seguía, pese a las aberrantes situaciones de vida en que estaba, abrigando la esperanza de que algún día se le presente la posibilidad de matar al comandante Gamma. No le importaría perder la vida en el asesinato de ese tal Gamma, no le importaría sufrir aquellas atroces torturas que había escuchado como la de las agujas en el glande o el pie en la piscina de pirañas: no. Solo quería apretar el cuello de ese granuja y hundirle las uñas en los ojos, solo quería pisotear aquel gusano que veía en el concepto de aquella vida adversaria, de la vida de aquel comandante al que jamás había visto y del que había oído que siempre llevaba una máscara. 
Por otra parte lo asaltaban, dentro de su vida de preso, ciertos lejanos recuerdos, sobre todo aquellos concernientes a su dolorosa infancia. Venían así a su mente aquellos días en que su padre llegaba borracho, violaba a su madre y los perseguía a él y a su hermano con correa en mano. Lo atormentaba sobre todo el recuerdo de aquella vez en que amanecieron y su padre ya no estaba: nunca más volvió, los abandonó a él y a su hermano cuando apenas tenían ocho y nueve años respectivamente. Su pobre madre optó entonces por volverse prostituta para mantenerlos. Él y su hermano sufrieron mucho por aquella situación: su violencia interna él la canalizó primero en peleas callejeras y más tarde ingresando al ejército. En cuanto a su hermano, que era el único ser que recordaba con cariño,―ya que su madre a partir de cierta época empezó a maltratarlos―nunca pudo saber qué pasó con él luego de que una mañana, posterior a aquella noche en que su madre había sido obligada a cometer actos zoofílicos por parte de un grupo de clientes, no se encontró en casa al amanecer. Y es que había huido, ya no soportaba más tanta porquería. “Oye, de verás me voy a ir de casa un día de estos. No me importa que me pase, algún día haré algo para cambiar esta porquería de sociedad aunque tenga que asesinar cien o más hijos de puta”: justo eso le había dicho su hermano tres días antes de que se marchase, justo eso le venía repitiendo con ligeras variaciones desde mucho tiempo atrás. Hasta que ocurrió, justo tres semanas antes de que Marco cumpliese 16 años. ¿Y ahora qué?, solo era un clavo más, otro motivo de queja en la vida de Marco, de un hombre que jamás pudo casarse pues, por lo que vivió con su madre, se volvió misógino y terminó por creer que las mujeres solo valen para el placer.
Así y con todo pasaron las semanas y una tarde, bajo el influjo de una suerte casi milagrosa, Marco le escuchó a uno de los guardias que el comandante Gamma (también entre ellos se le nombraba así) vendría. 
Llegó pues el tan ansiado día de la visita del comandante. Día para el cual había estado preparado pues tenía ya listo todo un show de falso arrepentimiento ideológico. De ese modo, cuando el comandante llegó, Marcó hizo todo un espectáculo de auto humillación y súplica en el que decía estar arrepentido de sus ideales de derecha y otras cosas por el estilo. No se sabe cómo logró convencer al comandante Gamma de que le deje servir aunque sea de barrendero en su base. “Tienes suerte, gusano. El comandante les ha dado una trompada a todos los insolentes que intentaron hacer lo que tú hiciste. No sé qué carajos le pasó contigo”, le había dicho el carcelero a Marco luego de que el comandante le dejara salir.

Un mes después:
Pasado un tiempo Marco, que ahora estaba de barrendero y otras cosas en la base, se había ganado la simpatía y la confianza de muchos por su actitud excepcionalmente servicial, su destreza en ciertas labores y su sentido del humor. Lo único que despertaba recelo en torno a su persona era el hecho de que el comandante Gamma no lo haya maltratado, cuestión que era extraña pues el comandante tenía fama de maltratar a sus subordinados de menor rango. Aunque eso sí: nunca le dirigía la palabra. No obstante aquello era normal pues el comandante era un tipo callado y distante que solo abría la boca para dar órdenes o insultar, apenas conversaba de vez en cuando y solo con los dos oficiales que le seguían en importancia.
Una tarde sin embargo ocurrió que Marco estaba barriendo mientras el comandante dialogaba con Alexis, el segundo al mando. Ocurrió entonces que el comandante le dijo: “Oiga, Alexis, tráigame el mapa H22 que está en el tercer cajón de mi oficina.”. De ese modo él y el comandante se quedaron solos en aquella sala. 
Marco entonces pensó que esa era su oportunidad para sacrificarse por su país ya que la oficina del comandante estaba bien lejos, el comandante estaba abstraído en sus pensamientos mirando el fuego de la chimenea y en la mesa de comida había un pequeño y filoso cuchillo al lado del jamón. 
Se acercó pues con sigilo a tomar el cuchillo, apuntó a la cabeza del comandante Gamma y, con toda la fuerza que tenía y todo el refinamiento de la técnica militar, le lanzó el cuchillo con precisión milimétrica e impresionante velocidad. 
Gritó el comandante antes de morir e inmediatamente Marco corrió a cerrar las dos puertas con cerrojo antes de que vinieran a matarlo o a llevárselo para ser torturado. Se acercó luego al cadáver y le quitó la máscara. Sus ojos entonces se humedecieron y entendió por fin porque la voz del comandante le sonaba familiar: era su hermano Mario. 
Afuera vociferaban y golpeaban las dos puertas de hierro con ímpetu. Cuando finalmente derribaron las puertas ya era demasiado tarde: estaba el cadáver del comandante sin la máscara, con un cuchillo incrustado y la cabeza sangrando, estaba su pistola laser tirada en el piso y, tumbado en el suelo y con un agujero en la cabeza, estaba el cadáver de Marco…

 

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